Eugenia Castaño. FOTO EPDA Es la nada y la nada es algo, es el espacio que permite la
entrada de la luz, el que dispone la forma para ser contemplada, permite deleitar
la belleza, hacer la distinción. Es tan importante el vacío como el objeto porque el uno se
complementa con el otro, permite comprender el concepto de pender o de caer, el
disfrutar el paso de la luz por el cristal,
la piedra o la materia y recrear la mente con los rasgos y
las variaciones. El vacío deja comprender los conceptos de tamaño y
posición. Sin el vacío no se concibe el orden, la selección, el agrupamiento,
el
desplazamiento o la rotación. El vacío es el antes del comienzo de
algo, el vacío es el cero, el cero es algo y antes del cero también es el vacío.
El vacío es el colchón invisible de los objetos que se
acomodan según su forma. El vacío es la ausencia de lo que se tuvo, es el hueco
que queda cuando ya no hay existencia o estado, el vacío es un campo de
inexistencia para dar cabida a la existencia.
El vacío es absorbente, penetrable y relajado, espera pasivamente el ser ocupado. El
vacío es algo que no se ve, que no se escucha, que no huele, que no se siente,
que no se saborea pero que existe para poder disfrutar de los sentidos cuando
las partículas viajan y rompen su silencio.
El vacío es descanso, es aquietamiento para dar paso al
movimiento, el vacío abarca el todo y la nada.
Quizá es el cruce de partículas unas con masa otras sin ella
para poder alternar en el viaje del tiempo, se sincronizan en un rompecabezas y si no
hay vacío y es el todo y la nada un mismo cuerpo, el vacío está en mi mente.
(Tratando de entender la complicada física de un modo más
simple y pensando en cómo me gusta el vacío cuando diseño, cuando creo, cuando
arreglo, cuando observo…)
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