Barcos. EPDA “Flor de mayo” es una de las muchas novelas que el prolífico Vicente Blasco Ibáñez escribió en 1895. El estilo naturalista del autor permitió que sus novelas fueran rápidamente adaptadas al cine años después, en la primera mitad del S.XX. Quizá uno de los directores que mejor conectaron con su obra fue el cineasta mexicano Roberto Gavaldón (1909-1986), figura a reivindicar de la cinematografía latinoamericana.
En 1920, Gavaldón llevó a la pantalla “La barraca”, película con la que obtuvo gran reconocimiento a nivel nacional (ganando hasta diez premios Ariel), consagrándose como una de las promesas del cine mexicano. No fue el único caso, en 1959 dirigiría “Flor de mayo” -película de nombre homónimo a la novela- obteniendo también gran reconocimiento. Si bien “La barraca” es una película fidedigna a la novela, ambientada en Valencia y con reparto mayoritariamente español, en “Flor de mayo” reconocemos marcadas diferencias. ¿Cuánto quedó de la novela blasquista en la película mexicana?
La “Flor de mayo” de Blasco Ibáñez se centra la vida de los pescadores valencianos oriundos de El Cabañal, describiendo su precaria y arriesgada labor en el mar. La novela detalla la brisa salobre, el sol tostador, los bueyes de arrastre… que caracterizan la vida en el golfo de Valencia. En este marco, se nos narra una apasionada historia de infidelidad y fratricidio, donde los personajes lidian sus conflictos amorosos y familiares con sus desgracias económicas, desembocando en tragedia final.
Melodrama amoroso
Gavaldón, sin embargo, huye del crítico retrato social para centrarse en el melodrama amoroso de sus personajes. La adaptación traslada la costa levantina de la novela a las aguas mexicanas de Topolobampo, en Sinaloa. La “Flor de mayo” de Gavaldón se centra en la extraconyugal relación entre el marino estadounidense Jim (Jack Palance) y Magdalena (María Félix), esposa de su amigo Pepe (Pedro Armendáriz). El film también trata la pesca clandestina de camarones y los litigios entre grupos pesqueros. Sin embargo, nos encontramos frente a un melodrama que abandona el carácter social y trágico de la novela por un final optimista y reconciliador, en línea con cierta óptica moralista cristiana.
Pascualet y Pepe
El aspecto más fidedigno de la adaptación es “el maldito deseo de saber, aunque las noticias desgarren las entrañas” -en palabras de Blasco Ibáñez- que son comunes tanto para el personaje de Pascualet en la novela como de Pepe en el film, enloquecidos ante la amenaza de una posible infidelidad. La traición amorosa sobrevuela la historia como las gaviotas el puerto marítimo, dejando en vilo al lector/espectador. Salvo ello, el film dista mucho de la crítica idea original de Blasco Ibáñez.
Quizá sea por las evidentes diferencias sociales y culturales entre México y Valencia, o quizá porque Roberto Gavaldón no es Vicente Blasco Ibáñez. Sea como fuere, en ambos trabajos nos queda el mar como nexo entre dos tierras, la pesca como labor incierta, y el amor como pasión desbordante. Una evidencia del cine y la literatura como medios que traspasan fronteras y unen comunidades.
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