Susana Gisbert. /EPDA Allí me colé y en tu fiesta me planté. Era la música que sonaba la primera vez que pisé una discoteca, un verano allá por el Pleistoceno. Mecano y yo dábamos de forma simultánea nuestros primeros pasos en un mundo de adultos. O casi.
Por alguna razón tengo metido ese estribillo en la cabeza estos días. Me parece la mejor banda sonora para el verano que nos llega. O, mejor dicho, para el que ya ha llegado.
Nos las prometíamos muy felices. Por fin un verano de los de verdad, a pesar de la crisis, de la guerra y de todos los desastres que hay por el mundo. Por fin podíamos ir a los sitios sin mascarilla, y hasta olvidarnos de llevarla en el bolso o el bolsillo. Por fin acababan los informativos donde siempre había un espacio para contagios, vacunas o variantes. Por fin recuperábamos nuestra vida.
Pero no. El dichoso virus no quería perderse tampoco este verano y regresó con fuerza, tras tomar carrerilla. Por suerte, con menos muertes y síntomas más benignos, pero en un número tan elevado que ni siquiera se cuentan los contagios salvo en personas de especial riesgo por su edad.
Y no es que lo diga la tele, los virólogos y los variados profetas de la desgracia que afloran como champiñones en esta época. Es lo que se percibe en la calle. Que levante la mano quien no conozca a alguien que se haya contagiado en estos días o quien no haya visto cancelado algún evento por culpa del bicho. Que lo diga si no tiene la sensación de que las mascarillas vuelven a muchos sitios. O, más aún, quien no hay oído o leído una frase que se ha vuelto un hit del verano: “abandono la resistencia”. Porque mucha gente que se había salvado hasta ahora de todos los embates del virus, lo ha agarrado ahora. Como un recordatorio de que no podemos bajar la guardia.
Ya no podemos negarlo. En nuestras fiestas se ha colado un intruso con el que nadie contaba, o no quería contar. Además de la guerra, la inflación o las olas de calor, los informativos vuelven a hablar del coronavirus. Y la gente de la calle también.
No pretendo ser ceniza, ni agonías. No quiero emular a esos profetas de la desgracia a los que criticaba antes. Pero hay que ser consciente de que, lamentablemente, el virus sigue ahí y no está dispuesto a marcharse sin dar la batalla, así que hay que tener cuidado. No se lo pongamos fácil
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