Héctor GonzálezRecuerdo la apreciación de un veterano periodista. Estaba yo
comenzando mi etapa como redactor en Valencia-fruits, semanario de agricultura
referente en España cuya sede está radicada en Valencia. El profesional al que aludo
venía con un compañero desde la estación de tren del Norte procedente de Albacete, la localidad
donde vivía y desde la que enviaba sus crónicas sobre la actualidad agrícola de
su zona.
Nada más llegar a la sede de Valencia-fruits, entonces en la
calle Hernán Cortés, exclamó: “me encanta venir a Valencia porque siempre hay
gente en la calle”. Me chocó su expresión, ya que la profería alguien del mismo
país y procedente de un espacio geográfico relativamente cercano. Le pregunté si en Albacete
no ocurría lo mismo y me recalcó que no.
En efecto, en Valencia siempre hay gente en la calle, tanto
en invierno como en verano. Quizás incluso más en invierno (por el tórrido
estío que a veces sobrellevamos) y, masivamente, en primavera. Quien sale a las vías urbanas a veces lo hace por el disfrute de pasear o, en la mayoría de ocasiones, para dirigirse
a un destino, a un lugar. Y cada vez más, por la afluencia de personas que
concita, se trata de un local de ocio cultural para asistir a una de las
múltiples conferencias que se pronuncian en Valencia.
Algunas entidades llenan siempre, o casi siempre. En apenas
una semana he tenido la oportunidad de acudir a tres de ellas y sorprenderme
gratamente, como alguno de los propios ponentes –que así lo trasladaba en su introducción-.
El primer ejemplo es Lo Rat Penat, la más que centenaria entidad de raigambre
regionalista. Intervenía Fernando Millán, versado hasta unos niveles extremos en la vida y obras de Vicente Blasco Ibáñez, para hablar sobre el escritor internacional
fallecido hace 91 años.
En las ponencias de Millán no deja de sorprender su
capacidad para memorizar datos y para exponerlos durante el rato que haga falta
sin necesidad de apuntes, powerpoints ni soporte alguno. A base de conocimiento
adquirido puro y de cambios de tonos. En este caso, ante un auditorio
abarrotado y con un público que se comprimía a pesar del amplio espacio existente.
De ahí al Ateneo, otro centro clásico de tertulias y
conferencias. Este jueves realizaba el polifacético poeta Juan Benito una alocución sobre la orden caballeresca
de San Esteban de Hungría. Pese a tratarse de un título tan específico había más de medio
centenar de personas congregadas para escucharlo. Un número nada desdeñable
para un tema bastante alejado, teóricamente, de la realidad valenciana. Era en
el quinto piso del edificio. Al salir bajé por las escaleras y, pasaras por el piso que
fuera, en todos se veía a decenas de personas hablando, jugando, leyendo,…, en
definitiva, compartiendo vida y ocio. El Ateneo dispone de su público fiel. Y, lo que
es más reseñable, que se ha abierto a la sociedad valenciana organizando múltiples
y variados actos de acceso libre.
Y un tercer ejemplo que también tuve la oportunidad de presenciar
esta semana. El del curiosísimo museo L´Iber de soldaditos de plomo en
miniatura. Por la meticulosidad de cada una de las miles de figuras que alberga
ya vale la pena recorrerlo. Pero, además, multiplica sus actividades
culturales. Este jueves su director, Alejandro Noguera, lenguaraz ilustrado, disertaba
sobre la epopeya de los cátaros. Otra cuestión también bastante ajena a Valencia. Y la sala,
llena. No quedaban asientos libres. No es que fuera enorme, pero un centenar de
plazas sí que tiene el citado espacio. Podría seguir con bastantes más ejemplos, aunque creo que
con los tres descritos ya queda clara el hambre cultural, y en particular por
la historia, que existe en Valencia. Tanto propia como ajena.
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