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Esta historia de acoso adolescente, que opone el perdón al odio, comienza encorajinando y termina conmoviendo por completo. El barrio humilde en que centra la mirada hace totalmente verosímiles a sus personajes. Algunos se mueven al margen de la ley enturbiando la convivencia, y en el pulso de actitudes antagonistas, bien representado por el cartel del filme, surgen unas lecturas ejemplares. Atendiendo al tratamiento de los conflictos que aborda, merecería proyectarse en los colegios e institutos.
Siendo niño Chimo sufrió el bullying al que le sometió el Rubio. No fue el único con quien se ensañó, pero ya han pasado varios años desde entonces y hoy sigue soportando sus intimidaciones. Ahora, le roba por la fuerza el dinero que gana repartiendo comida a domicilio y lo humilla constantemente. Sin embargo, los caprichos del destino le brindarán la oportunidad de vengarse. Podrá descargar en él la rabia que lleva acumulando tanto tiempo. Le ha estropeado muchos planes y le toca saldar cuentas.
Los primeros minutos provocan la incomodidad del espectador. Además de presentar con suficiente detalle al protagonista, consigue cuanto pretende: que le deseemos lo peor al violento matón. Increíblemente, tan iracundos anhelos se materializan, al menos, en parte. A continuación, nos coloca en el lugar de la víctima, que podría tomarse la justicia por su mano. El dilema moral no tiene una respuesta fácil, por eso, lo mejor es que el desarrollo del relato lo dilucide.
El guion, sin obviar los dramáticos preámbulos, argumenta adecuadamente las decisiones de estos chicos. Ambos comparten una realidad dura, donde las oportunidades de prosperar escasean, y conforme avanza la trama descubrimos los terribles secretos que condicionan la agresividad del insaciable hostigador. Por ello, recurre a circunstancias extremas para justificar un tránsito que no evita ciertas brusquedades.
Los secundarios son decisivos. Presentan unos perfiles profundos y determinantes. Sus intervenciones puntuales enriquecen la narración y aportan unas perspectivas nada despreciables.
Christian Checa (En los márgenes) y Hugo Welzel (El hijo zurdo) completan unas interpretaciones espléndidas, acompañados por la prometedora Luna Pamiés (El agua). No les desmerecen, antes, al contrario, Estefanía de los Santos (Sevillanas en Brooklyn) y José Manuel Poga (El correo), absolutamente brillantes en unos papeles esenciales.
El alicantino David Valero, dirige con absoluta solvencia su primer y prometedor largometraje de ficción en solitario, que también ha coescrito junto a Alfonso Amador.