SUSANA GISBERT /EPDA El otro día conversaba con un grupo de amigas acerca de una política que había cambiado de opinión radicalmente, y, como dice el refrán, donde antes decía digo, hoy dice Diego. Como el mismísimo San Pablo camino de Damasco. Y surgió el debate acerca de esos cambios de criterio tan llamativos, cuando no inexplicables.
No voy a entrar en la ideología presente, pasada o futura de la persona en cuestión porque, como todo el mundo que me lee sabe, no hablo de política. Pero sí incidiré sobre cómo y con qué frecuencia se dan esos cambios y qué imagen proyectan para la sociedad. Porque ese era el debate que de verdad nos interesaba y no el caso concreto.
No es, desde luego, la primera vez que alguien cambia de opinión tan radicalmente. De hecho, el cambio de chaqueta es una figura bien conocida en el ámbito público, íntimamente relacionado con esa práctica tan fea llamada transfuguismo. Y, aunque bien dice otro refrán que rectificar es de sabios, es difícil explicarse como alguien pasa de una cosa a la contraria en un nanosegundo. Salvo que sea Tamara Falcó, claro. Y mucho me temo que no es cuestión de sabiduría.
En los últimos tiempos nos quejamos con frecuencia, y con razón, de la polarización. O estás conmigo o estás contra mí. Poco diálogo y pocas razones, algo que empobrece mucho la vida pública. Pero es lo que hay.
No obstante, dejo una pregunta para la reflexión ¿Cuando alguien ha defendido con uñas y dientes una idea, la ha gritado a los cuatro vientos y ha llegado incluso al insulto a quien no piensa lo mismo, tiene alguna credibilidad cuando en unos días defiende la contraria con la misma vehemencia? ¿Qué pasa entonces con toda esa gente a la que convenció y a la que deja ahora sin tierra bajo los pies? ¿No debe alguna explicación a ese público que, en un momento dado, le prestó oídos?
No sé si se trata de preguntas retóricas, pero creo que no basta con decir que se ha cambiado. Un cambio, además, que suele venir acompañado con una discrepancia con aquellos que le daban soporte. Las ideas son buenas o malas, acertadas o desacertadas, correctas o equivocadas. Pero no son una cosa u otra en función de donde vengan o de quién las exponga, y eso es lo que nos estamos acostumbrando a ver, por desgracia.
Y es que, aunque lo ocurrido a San Pablo camino de Damasco nos lo ponga fácil, no siempre lo explica todo
Comparte la noticia
Categorías de la noticia