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Esta recomendable película francesa, basada en hechos reales, constituye una declaración sincera de amor maternofilial. Ensalza las virtudes y no oculta las consecuencias de un vínculo afectivo que llega a extremos demasiado absorbentes. El guion perfectamente estructurado, logra unas elevadas cotas de emoción en su primera parte. Vuelve a recuperar esas intensas sensaciones durante los minutos finales. En cualquier caso, transita por diferentes estados anímicos sin decaer. Además, se beneficia de los aires nostálgicos que envuelven la puesta en escena.
París, 1963. Esther, de origen marroquí, se siente muy frustrada tras traer al mundo a su sexto hijo, Roland. Ha nacido con un pie zambo y según los médicos nunca podrá caminar. Incapaz de aceptar tal diagnóstico, recurrirá a todos los medios imaginables para que le curen esa malformación. Visitará a los mejores especialistas y no se dará por vencida. Incluso creerá en los dones milagrosos que se atribuyen a algunos curanderos. Al mismo tiempo, cultivará una instintiva sobreprotección que no desaparecerá con el paso de los años.
Equilibra el drama que sugiere el planteamiento con unas sutiles notas de humor y un talante siempre positivo. En los compases iniciales vemos como la protagonista jamás abandona su incansable lucha, ganándose al espectador con esa determinación. Liga episodios domésticos que ofrecen matices cómicos y puntualmente los vertebra mediante la voz en off del ahora escritor; sin abusar de este recurso narrativo. Sus recuerdos surgen impregnados de cariño y ternura.
En el segundo acto, cambia sustancialmente el tono. Salta a los 90 y pierde un poco de frescura. Aborda unos problemas más adultos y asistimos a otros golpes desgraciados que tocan la fibra sensible, si bien se recrean con sobriedad, sin buscar efectos lacrimógenos. Consigue completar brillantemente el honesto homenaje que rinde a su madre el autor del relato, hoy también afamado letrado y presentador televisivo.
El loable diseño de producción nos transporta a décadas pasadas. El vestuario, la peluquería y el maquillaje contribuyen a ese propósito. Respecto a la música, cabe apuntar que adquieren un peso esencial las románticas y melódicas canciones de Sylvie Vartan, anticipando su propia participación en la cinta.
En cuanto al reparto, se impone ampliamente el elenco femenino. Leïla Bekhti (La fuente de las mujeres, Háblame de ti) llena de luz y energía la pantalla. Eclipsa a Jonathan Cohen (Un año difícil), que cumple con lo justo. En roles secundarios brillan la veterana Jeanne Balibar (Barbara) y Joséphine Japy (Eugénie Grandet).