Lourdes AlmelaEl cielo se viste fiesta, ha
llegado ese temido momento y Adrián ha emprendido su nuevo viaje, su último
paseíllo. Se abre la puerta grande del
cielo para recibir a ese niño que tenía una quimera, ser torero.
Quimera cumplida ya que Adrián era
torero, además de corrida dura, de la vida. Los toreros consiguen lo que él
hizo: llenar plazas, en este caso la de Valencia. Y, por supuesto, mover
emociones, todas las posibles con su simpatía y esa sonrisa de torero picaron.
Allí estuvimos todos los que formamos la familia taurina desde toreros a
aficionados.
Recuerdo su mirada, sus ojos llenos
de esa inocencia que la edad caracteriza, su sonrisa eterna. Como brindaba al
público su valentía, cual torero forjado en mil batallas, para afrontar su
enfermedad. Cada una de sus vueltas al ruedo fue una petición de libertad para
todos aquellos que querían arrebatarle la libertad y la vida solo por ser
aficionado a los toros. Olvidando que ante todo era niño.
Allí arriba, en el cielo de los
toreros, lo esperan para celebrar otro festival: el de la vida eterna. El de la
gloria que solo tienen los grandes, las figuras de este mundo donde de verdad
la vida y la muerte son protagonistas.
Adrián, creo que toda persona con
corazón estará triste por tu dolorosa pérdida, pero a la vez feliz, ya que nos
has enseñado que los sueños se pueden cumplir y nos has regalado lo más
importante: las ganas de vivir.
Gracias por todos los valores que
nos has ayudado a reforzar: amor por nuestras tradiciones, respeto por la
libertad, unión, solidaridad…
Me gustaría transmitir mi más
sentido pésame a toda la familia y hacerles saber que cuentan con todo nuestro
apoyo.
Adrián, valiente, que Dios te
guarde en su seno.
D.E.P. Torero.
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