Salvajes atentados de esta mañana en Bruselas, la capital administrativa de toda la Unión Europea. Un nuevo golpe en el corazón de una vieja Europa que se creía inexpugnable. Después del mazado de París, el más reciente, siguiendo la macabra sucesión de muerte venida de Madrid o Londres. También de Charlie Hebdo. Trenes, metros, aeropuertos. Toda Europa marcada y masacrada. Todo Occidente de luto. Empezamos con las Torres Gemelas y el fin no llegará pronto.
Cuando nos toca cerca nos enloquece más, pero el terrorismo lleva mucho tiempo y muy seguido sacudiendo a África y a Oriente Próximo. Pero la categoría es diferente, pasando a ser una cruel noticia más del informativo de turno. Las atrocidades de Boko Haram en Nigeria, por ejemplo, nos han de indignar de igual manera que la matanza de esta mañana en Bélgica. Como ciertos conflictos que por enquistados parecen ya relato habitual de las noticias diarias, como el genocidio kurdo, la guerra del Líbano o el conflicto palestino.
Eso sí, firmamos acuerdos con Arabia Saudita (verdadero germen del radicalismo islamista) o le ponemos la alfonbra roja a Turquía (que mantiene invadida la isla de Chipre y reprime con fuerza al Kurdistan). Para que se encarguen de nuestras miserías. Que nos vendan petróleo o empaqueten a refugiados. La solución del drama de los refugiados sirios en Grecia no puede ser hacinarlos en campos de concentración insalubres turcos. Ni poner más concertinas en Melilla para que Marruecos apalee de manera inmisericorde a desesperados subsaharianos.
Europa tiene un gran rero. Encarar de una manera valiente todos los conflictos e injusticias desde su origen, colaborando a su solución desde el terreno. Apoyar y ayudar en Siria, en Oriente Próximo, en el cuerno de África, en el Kurdistán, en Irak, en Nigeria y Kenia, en ese tercer mundo que quiere ponerse de pie, no pedir limosma, pero que necesita de Occidente. Ya que si no lo hacermos, nos traslada su desesperación, su angustia y su muerte a nuestra puerta. La educación es la única arma contra el radicalismo. Nos equivocamos en Afganistán, al no invertir en el país después de haberles dado armas para su guerra. Y convertimos a los talibanes en nuestros verdugos. Europa se la juega. Y hemos de acertar.
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