Teresa Ortiz. /EPDA Actualmente, tras dos años de pandemia, nos encontramos en una situación de "relativa normalidad", debido a la debilitación de los efectos del virus de la COVID-19, gracias especialmente a la comunidad científica, al haber acelerado la creación de vacunas contra este virus, como nunca antes se había dado en la historia. No obstante, no olvidemos que España se encuentra todavía en la cuarta posición de los países europeos con mayor incidencia media diaria de los países diagnosticados de la COVID-19, lo que nos ha de hacer mantenernos alerta y no bajar la guardia, siendo responsabilidad de todas y todos nosotros velar por la prevención respecto a las personas más débiles, a los que debemos mucho, que son especialmente nuestros mayores.
Durante la pandemia, muchos de nuestros planes se aplazaron sin fecha de caducidad. Nos encontramos con conciertos, fiestas tradicionales y eventos que se postponían sin fecha de realización. Personalmente, no suelo planificar mucho a medio plazo, pero, como muchos españoles, me encontré con entradas de conciertos y eventos que se suspendían. En aquel momento, nos encontrábamos sumidos en una situación de total incertidumbre y los aplazamientos festivos quizás era algo en lo que no recabábamos, puesto que lo que subyacía como prioritario era la preocupación vital que todos teníamos respecto a nuestra salud y la de las personas que apreciamos y que forman parte de nuestra vida, así como ser plenamente solidarios con el sufrimiento de tantos miles de personas y apoyar sin excusas a los sectores esenciales, que tantas cosas hicieron por nosotros y que, por desgracia, a veces parece que se nos haya ya olvidado.
Además de las consecuencias sanitarias, también se notaban en nuestro entorno las consecuencias económicas y sociales, no siendo ajenos, ni mucho menos, todas las personas que trabajaban alrededor del mundo de los eventos. Este ámbito fue una de las economías más afectadas por la paralización de la actividad económica general, recordando incluso a subsectores como el de los músicos aparecer en los medios de comunicación manifestándose frente al Congreso de los Diputados por la gran incertidumbre que sufrían, así como otros subsectores vinculados a las fiestas y eventos, que también manifestaron posteriormente de manera pública sus reclamaciones.
En la época en la que todavía no éramos capaces ni de lejos de conocer la evolución de la COVID-19 en nuestro país, las primeras fiestas regionales en aplazarse en España fueron las Fallas de València. El virus nos pilló por sorpresa, con algunos monumentos a mitad montar y otros que se quedaron guardados en los talleres de los artistas falleros, cual impasible refugio ante la estremecedora realidad que vivíamos en nuestro día a día. 'La meditadora' de la Plaza del Ayuntamiento se convirtió en uno de los símbolos de la pandemia. Ella se mantenía impasible ante la realidad que se vivía a su alrededor. Algunos monumentos se quemaron por sorpresa y resultaba curioso cómo una de las primeras noches de fin de semana del confinamiento en València se escuchaban los fuegos artificiales, sin ningún tipo de sincronía entre los distintos focos de emisión, todo ello con el objetivo de quemar los monumentos y evitar que los curiosos se saltasen las restricciones.
Tras un paréntesis de dos años, en septiembre de 2021, los valencianos recuperamos nuestras tradicionales fiestas, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, si bien de una manera atípica en muchas de las actividades por las consecutivas olas de la COVID-19 que se sucedían. Las Fallas no se habían suspendido desde la Guerra Civil Española, donde se realizó una interrupción de tres años.
Al igual que las Fallas, todas las fiestas tradicionales, conciertos y eventos se suspendieron durante la pandemia. No fue hasta el último semestre del 2021 cuando, poco a poco, se han ido recuperando todas las fiestas. En la Comunidad Valenciana, las "atípicas" fallas de septiembre de 2021 marcaron la reanudación de la "normalidad" de las fiestas y una decena de meses más tarde hemos podido disfrutar del Nou d'Octubre, las Fallas con sus tradicionales mascletàs, la Magdalena de Castellón, las Hogueras de Alicante y tantas otras tradiciones que inundan el calendario de fiestas de la Comunidad Valenciana.
Durante esta temporada estival, la ciudad de València se encuentra inmersa en un estado de celebración continuo en la que se ha recuperado la Feria de Julio, conciertos, festivales todos los fines de semana y otra serie de eventos que vuelven a celebrarse después de dos años de pandemia. La cabalgata de las Flores de València siempre ha sido la gran desconocida para muchos valencianos y turistas. Esta histórica cabalgata, que comenzó su andadura en 1891, transcurre en València el último domingo del mes de julio y, este año, después dos años sin poder disfrutar de este espectáculo, volverá a inundar de flores el Paseo de la Alameda, dando fin a la Feria de Julio.
La pandemia se ha convertido en un eje cronológico que marca nuestras vidas antes y después de este hecho. En 2022, por fin hemos podido vivir en una cierta normalidad, que ha vuelto a inundar nuestros pueblos con sus tradicionales fiestas. Nos encontramos en el primer año en el que los españoles hemos recuperado casi la totalidad de nuestras rutinas. Y aún sumidos en una situación económica y social complicada, la normalidad de nuestro alrededor nos permite ver un halo de esperanza en nuestras vidas. Recordemos que, en los peores momentos, llegamos a relacionarnos con nuestro entorno solo a través de videollamadas. Ahora nos toca disfrutar de todo aquello que, por responsabilidad, nos tocó aplazar durante dos años.
Los españoles hemos recuperado casi al completo nuestra antigua forma de vida y nuestras tradiciones, pero no debemos olvidar todo lo que vivimos y el aprendizaje que produjo en nosotros. Durante la pandemia valoramos la labor de nuestros sanitarios y de todo el personal esencial y la importancia de la dotación de recursos en los hospitales. Vuelvo a insistir en que ese aprendizaje no se pierda en cuanto a nuestra valoración ciudadana positiva de estos servicios y que, desde las Administraciones competentes, no se lleven a cabo nunca más recortes injustificables que pongan al límite del desmantelamiento a dichos servicios básicos. España no debe repetir nunca más la historia sucedida entre 2007 y 2016, donde el Estado del Bienestar quedó al límite de su quiebra por una mala gestión del PSOE de Zapatero y del PP de Rajoy, continuada ahora por un desgobierno del PSOE de Pedro Sánchez.
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