Susana Gisbert. /EPDAYa sé que he escrito mucho sobre Fallas. Y es posible que resulte casina, o previsible, o ambas cosas a un tiempo. Pero en un año como este no podía dejar de contar lo increíble que me parece lo que siempre me pareció creíble, lo extraordinario de lo ordinario. Porque de eso se trata.
Desde que tenía uso de razón, y aún antes, siempre había vivido un mes de marzo con Fallas. Una semana de locura para quienes pertenecemos a una comisión fallera y para quienes no, porque de las fiestas falleras no se escapa nadie, aunque se vaya a la nieve o a la sexta galaxia. Aunque las odie o diga odiarlas.
Porque, hasta los más acérrimos detractores de nuestras fiestas, que los hay, siempre acabarán confesando haber visto una mascletá o un castillo, haber degustado un buñuelo o una paella, o haberse quedado atónitos viendo los vestidos o escuchando la música. Y hasta haber disfrutado de ello. Es inevitable
Esta fiesta, este pedazo de nuestras vidas que venía cada año a anunciar la primavera, nos fue arrancado de cuajo un mes de marzo de 2020. Y ahora, por fin, lo hemos recuperado. Y, de pronto, vuelve a ser ordinario lo que se había vuelto extraordinario, y creíble lo que se había tornado increíble. Volvemos a tener Fallas en marzo, como había sucedido desde que yo tenía uso de razón, y de la misma manera que habían sido siempre. Con sus petardos, sus verbenas, sus pasacalles y su ofrenda. Con sus luces y sus sombras. Con todo aquello que las convirtió en patrimonio inmaterial de la humanidad apenas un par de años antes de que la pandemia nos las arrebatara durante dos larguísimos años.
Es cierto que no todo es igual. Es cierto que, por desgracia, nos falta gente, esas víctimas que la pandemia se llevó y que ahora viven en nuestros corazones. Es cierto también que nos quedó agarrado al alma un no sé qué de miedo, de aprensión y de zozobra. Y cierto es también que todavía nos quedan las mascarillas como recordatorio de que la pandemia aún se resiste a marcharse, aunque nosotros estemos en disposición de darle la batalla y de ganarle la partida.
Nunca pensé que escribiría como una novedad sobre las Fallas en marzo. Pero tampoco había pensado nunca antes que viviría una pandemia, ni tampoco que tendríamos la guerra a las mismas puertas de nuestra confortable Europa. Pero la realidad siempre supera la ficción. Incluso en Valencia, en marzo y en Fallas.
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