Susana Gisbert.No podía,
en una fecha como esta, ponerme a las teclas y no dedicar lo que de
ellas saliera a nuestro día, el Día Internacional de la Mujer. No
el día de la mujer trabajadora, que hace ya varios años que se
desterró esta denominación por razones obvias: todas somos
trabajadoras. Blanco y en botella.
Este año,
desde luego, con un matiz especial, la tan traída y llevada huelga,
paro o como quiera que se le llame. El caso es que las mujeres hemos
querido dar un toque de atención, un “aquí estamos y de aquí no
nos hemos de mover” por más que nos lo pongan difícil.
Así que,
con huelga o sin ella, con paros o sin ellos, aprovechemos la ocasión
para pensar un poco, que nunca viene mal. Y no para pensar si las
feministas somos esto o aquello, si nos quedamos cortas o nos pasamos
de frenada, si la huelga es política, anticapitalista o vaya usted a
saber qué cosa, y reflexionemos sobre qué pasa con más de la mitad
de la población, las mujeres.
Las leyes
contemplan la igualdad, siguiendo el mandato constitucional. Los
políticos se llenan la boca con ella y llenan en estos días sus
agendas de actos institucionales y reinvindicativos. Pero la realidad
es otra cosa. La realidad es tozuda y nos muestra cosas que hay quien
no quiere ver.
Abramos los
ojos. Asomémonos a una reunión de padres y madres del colegio, a un
parque, a cualquier centro de trabajo, al interior de cada casa. Las
mujeres son abrumadora mayoría en las reuniones escolares, son
quienes arrastran los carritos de bebé por las calles, quienes
pasean a mayores o discapacitados por los parques. Las mujeres son
quienes empuñan la escoba y la fregona allá donde haga falta,
quienes se preocupan de hacer malabarismos para dar de comer a su
familia con un presupuesto ínfimo. Y en las casas, aun cuando exista
corresponsabilidad, son quienes saben qué día toca gimanasia, judo
o ballet, qué vestuario hay que preparar, a qué hora sale cada cual
del colegio y cuándo hace falta detergente, suavizante, papel
higiénico o compresas. Son quienes controlan las citas del pediatra,
del dentista o del oftalmólogo y saben si se ha acabado el jarabe
para la tos o el antipiréptico. Y son, también, quienes revisan con
horror las cabezas de sus retoños cruzando los dedos para que los
piojos no hayan vuelto a habitarlas, y quienes pierden horas pasando
la liendrera una vez y otra, y acordándose de toda la parentela del
anunciante del antiparasitario que nos miente cual bellaco jurando
que aquello se quita en diez minutos. ¿Les suena?
Y lo peor
de todo, es que las mujeres todavía somos unos seres incapaces de
tumbarnos en un sofá a ver la tele o leer un libro sin que nos
embargue un terrible sentimiento de culpa. Con la de cosas que tengo
que hacer...
Por todo
eso, y por mucho más, tenemos que seguir conmemorando este día.
Ojala algún año podamos afirmar que es solo uno de muchos días
felices del año para las mujeres. Porque entonces, y solo entonces,
dejará de hacer falta.
SUSANA
GISBERT
(TWITTER
@gisb_sus)
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