Susana Gisbert. /EPDA
Este no es, ni mucho menos, el artículo que hubiera querido escribir. Ni hoy ni nunca. Yo pensaba hablar hoy de la Cridà, del inicio de las fiestas falleras, estas fiestas del fuego que tanto amamos en Valencia. Pero ese fuego que es símbolo de nuestra fiesta se ha convertido en el símbolo de un drama, un drama que nos ha dejado encogido el corazón a Valencia, y al mundo entero.
Ante nuestros atónitos ojos, casi en vivo y en directo, presenciábamos el incendio más pavoroso que, según las crónicas, ha vivido nuestra ciudad. Una mole de edificio, tan moderno y tan caro que era la envidia de mucha gente, se convirtió en la tumba de diez personas, y de las ilusiones de muchas más. Ardía a una velocidad inaudita, mientras bomberos y equipos de emergencias hacían todo lo humanamente posible e imposible por salvar a las personas que allí había. Estoy segura de que tardaremos mucho en olvidar, si alguna vez lo hacemos, el agónico rescate de una pareja que permanecía atrapada en el balcón y por la que tuvimos el alma en vilo durante dos interminables horas.
Ahora llega el momento del duelo, y del balance. Y, sobre todo, de reconocer el trabajo de todos esos profesionales que arriesgan sus propias vidas por salvar las de los demás. Hoy, más que nunca, es la hora de reconocer el esfuerzo y el trabajo de los bomberos y las bomberas –pocas, pero también las hay- gracias a los cuales la tragedia no ha sido todavía peor. Y, junto a ellos, todos los profesionales que intervienen en las catástrofes, como fuerzas y cuerpos de seguridad o profesionales de la sanidad o la psicología, entre otros.
Tampoco puedo dejar de mencionar, por la cuenta que me trae, la labor de quienes intervienen a posteriori, para identificar los cadáveres y hacer una investigación que, a buen seguro, será larga y dolorosa. Médicos forenses, jueces, fiscales y toda la comisión judicial, peritos y la propia abogacía, que ha ofrecido sus servicios a las víctimas que lo necesiten.
Si estas cosas horribles dejan algo bueno, es comprobar la solidaridad de la gente. En apenas unos minutos, ya corrían por redes y whatsaps llamadas para recogida de ropa y enseres, números de cuenta para donativos, ofrecimientos de profesionales de todo tipo y un sin fin de posibilidades hasta el punto que en algunos lugares han tenido que decir que no llevaran más. Y, como siempre, el mundo fallero, de duelo cuando debería estar empezando sus días grandes, a la cabeza de esa solidaridad.
Son días muy tristes pero con ese punto de esperanza que devuelve la fe en el ser humano. Y lo tenía que contar. Ojala no hubiera tenido que hacerlo.
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