Toni Quintana./EPDA Como suele ocurrir en estos casos, la bronca política originada tras las
declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, sobre la ganadería ha
impedido, al margen de loables excepciones, abordar la cuestión con la frialdad y
templanza que sin duda merece, ya que siempre resulta más fácil utilizar este tipo de
situaciones como arma arrojadiza antes que como motivo de reflexión, si bien en este
caso se han alcanzado unos niveles insólitos de demagogia y desvergüenza.
Así, que nada más lejos de nuestra intención que seguir chapoteando en ese
barro. Más razonable parece, tras tanto revuelo, tratar de profundizar en las
características de los modelos de ganadería existentes y en su razón de ser. Ante todo,
y en primer lugar, es necesario poner sobre la mesa dos afirmaciones esenciales: el
controvertido término macrogranja no está recogido en ninguna legislación ni española
ni comunitaria y, todavía más importante, la normativa, tanto comunitaria como
española, que regula las actividades en el sector ganadero es tremendamente estricta
y rigurosa en materias como la gestión de los subproductos que generan las granjas, el
impacto ambiental de las mismas, el bienestar de los animales o el número máximo de
cabezas de ganado que puede albergar una explotación. Por tanto, estamos hablando
de un colectivo sometido a controles y restricciones que ha venido afrontando en los
últimos año millonarias inversiones para poder adaptarse al elevado nivel de exigencia
profesional que en todos sus aspectos exige la práctica ganadera. En ese sentido es
preciso, y también de justicia, romper una lanza en favor del buen hacer de los
ganaderos de nuestra tierra y de la incuestionable calidad de sus producciones.
Respecto al debate en torno a la ganadería extensiva en oposición a la intensiva,
conviene aclarar que se trata de un dilema un tanto engañoso. Dicho de otro modo, cada
uno trabaja a partir de los condicionantes que tiene. La Comunitat Valenciana no
dispone, por citar un par de casos que pueden visualizarse fácilmente, de los extensos
pastos de la pampa argentina, donde pastan miles de vacas a sus anchas, ni de las
dehesas donde corretean libres los gorrinos alimentándose con bellotas. Por tanto, su
actividad ganadera tiene que ceñirse a los rasgos del propio escenario donde se lleva a
cabo, sin que ello quiera decir en modo alguno que no cumpla todos y cada uno de los
rigurosos estándares de calidad, de seguridad alimentaria, de impacto ambiental o de
bienestar animal que exige la ley.
En medio de este contexto, la realidad ganadera valenciana se distingue por su
carácter eminentemente intensivo y por tratarse de empresas de corte familiar. Es obvio,
pero en estos tiempos de confusión conviene recordarlo y remarcarlo, que la ganadería
constituye una actividad esencial para el equilibrio socioeconómico de las zonas de
interior donde se lleva a cabo, de tal manera que su mantenimiento es un arma
importante en la lucha contra el indeseable fenómeno de la despoblación que sufre el
mundo rural. Consciente de ese papel estratégico y de la necesidad de preservar el
patrimonio del que es depositario, la Generalitat Valenciana apoya sin reservas al sector
ganadero y lo acredita con la fuerza de los hechos: desde 2015, el Consell ha destinado
cerca de 25 millones de euros para ayudarle a mejorar su competitividad y en esa línea
vamos a seguir perseverando, junto a los ganaderos, porque sabemos de su valor y de
su aportación decisiva al mantenimiento de la sostenibilidad de nuestros pueblos y
comarcas
Comparte la noticia
Categorías de la noticia