Rafael Escrig.
Cuando coincido con algún
grupo de personas y se suscita en la conversación el tema de la
lectura, da como resultado que todos son grandes lectores y que ya no
saben dónde poner los libros que tienen en casa. Esto que me ocurre
tan a menudo puede significar dos cosas: que solo me codeo con
verdaderos intelectuales o que todos mentimos como bellacos. Aunque
también puede suceder que para muchas personas, el significado de
leer mucho sea leer cuatro libros al año, y tener cincuenta libros
en casa les suponga un problema de logística de primer orden. Que
conste que no estoy criticando, solo es una sospecha avalada por esa
actitud tan nuestra de ocultar incluso falsear las respuestas, en
aras de dar la mejor imagen posible. No decir toda la verdad es algo
muy humano en donde todos entramos alguna que otra vez. Es lo que ya
he comentado en ocasiones sobre la máscara con la que salimos de
casa cada día, para enfrentarnos y competir con los demás.
Sabemos que ser buen lector es
algo socialmente bien visto y aceptamos el papel. Además, nadie nos
va a examinar. En cualquier caso, siempre podemos traer en nuestro
apoyo la crítica que leímos en El País sobre lo último de Muñoz
Molina, o sacar a colación una novela de Almudena Grandes que leímos
hace tres veranos. También podemos enlazar con algún pasaje del
Quijote, aunque solo lo conozcamos por aquella serie de televisión
que vimos hace tantos años, o con algún tópico sobre Quevedo, que
siempre da bastante prestigio. Muy pocos son los que prueban a ser
sinceros y dicen que leen muy poco y que El Quijote solo lo conocen
de referencias. Lo mismo ocurre con las encuestas. Existen encuestas
de todo tipo, serias y estúpidas. Pero todas ellas conducentes a
conocer nuestra intención como consumidores, bien sea sobre
política, sobre el Eurogrupo o sobre el detergente de nuestra
lavadora ¿Y qué es lo que ocurre en las encuestas? Lo que los
técnicos llaman desvío o porcentaje de error. Si esto es así a un
nivel en el que nadie nos conoce y no hay peligro de ponernos en
evidencia, ¿qué no ocurrirá cuando la pregunta llega de alguien
con quien te codeas a menudo y no quieres hacer mal papel?
Creo que ha quedado claro: o
somos un alma de cántaro, o formamos parte de ese porcentaje de
error. Solo hay una excepción: cuando rellenemos las casillas de la
declaración de la renta, procuremos no ocultar, ni falsear nada. No
nos importe ponernos en evidencia. Es una de las pocas oportunidades
que tenemos para ser sinceros. Después de un año entero diciendo lo
mucho que leemos, hacer la declaración de la renta, puede resulta
tremendamente refrescante. Es un consejo que les doy.
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