EDUARDO L. GÓMEZ
En esta ocasión voy a dedicar mi columna mensual
a esas “rara avis”, esas carreras que tienen algo que las convierte en
“atípicas”, “anormales” y/o “estrambóticas”.
En Valencia hemos tenido carreras de gran
kilometraje por relevos, como la “Carrera de los árboles y castillos”, también
hemos podido disfrutar, participar y competir en el “Ekiden” (marathón por
relevos, importado de Japón), también se han disputado carreras “naturistas”
(si, si, corriendo en pelota picada por El Saler), la “carrera de la playa”
(por la arena blanda, por supuesto), carreras “no competitivas” como por
ejemplo el “Ultrafondo de Correcaminos” (en la que nos metíamos entre pecho y
espalda 165 kms en 5 etapas de viernes a Domingo mañana) y quizás una de las más paradigmáticas para
mí, y especiales por su organización, y por qué no, por mis resultados en ella,
ha sido la Wings For Life, en la que corríamos contra un coche...
Esta carrera, de
carácter mundial, es una carrera totalmente
solidaria (a diferencia de otras, en la que absolutamente
todo el dinero recaudado con la inscripción se dona a la fundación Wings for
Life World Run (ojito, recaudaron 6,6 millones de euros en el año 2017)
Evidentemente, esa recaudación tan alta,
proviene de que se celebraba de manera simultánea en 34 diferentes localizaciones de los cinco continentes, a la misma hora
(11h00 UTC, es decir, en Valencia salimos a las 13h en mayo), coincidiendo con
el horario de cada país, para así sacar una clasificación conjunta instantánea,
de esa manera nos juntamos 130.732 corredores solidarios (aunque algunos muy
competitivos), por todo el mundo.
El objetivo solidario para mí era
muy significativo, y por ello he participado en las dos ediciones que se
celebraron en Valencia, porque esta carrera “sólo” buscaba recaudar el máximo dinero posible (100% de las inscripciones)
para la investigación de las lesiones de médula espinal, y contaba con la
colaboración de grandes multinacionales que ya ponían el cash necesario para su
organización, con un centro de control tipo la NASA, donde se llevaba el
seguimiento “in situ” de las 34 pruebas. Y las reglas muy reducidas: salir rapidito
para ir haciendo camino antes de que el “Catcher car”, conducido por el piloto
de F1 Carlos Sainz, nos cazara y fuera poniendo fin a esta novedosa aventura.
A los
corredores nos daban media hora de ventaja; apartir de ese momento,
arrancaba el coche de Carlos Sainz, circulando a una velocidad constante de 15
km/h (cuatro minutos/Km) aumentando la velocidad cada hora hasta alcanzar la
velocidad estable de 35 km/h. Evidentemente va “cazando” corredores conforme
avanza la carrera y lo prodigioso de este reglamento es que la meta no existe
físicamente como suele ser al uso… Te pilla cuando te adelanta.
Esta competición me sirvió para llegar tercero, compartiendo pódium detrás
de un atleta de la talla de Chema Martínez, vencedor de cuatro ediciones en España,
llegué a 57 Kms, venciendo en categoría femenina mi compañera de aventuras
ultras Cristina González.
Lo cierto es que la causa supera con creces el desafío deportivo, porque el
valor de los kilómetros recorridos por los corredores más modestos valen igual
que los de los que peleamos por el pódium, y eso nos pone a todos/as a la misma
altura, ¿no?
Ahora, eso sí, ¿y lo que he fardado comparándome con los 131.000 corredores
a nivel mundial, acabando tercero en España, 15 del mundo en mi categoría y 269
de la general mundial?
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