La fiscal, Susana Gisbert. EPDAResulta un tanto paradójico escribir un artículo reivindicando el uso del valenciano y hacerlo en castellano, pero así lo voy a hacer. Y lo hago haciendo gala de la arraigada costumbre de nuestra tierra de utilizar ambas leguas indistintamente.
Hace tiempo que me considero bilingüe. Me ha costado mi esfuerzo, porque pertenezco a esa generación a la que se nos privó de cualquier educación en valenciano -mi promoción fue la última en que no era obligatoria la asignatura de valenciano en el colegio- y que todavía arrastraba un cierto complejo de inferioridad en lo que respecta a nuestra lengua propia.
De hecho, mi madre, valenciano parlante de cuna, se despidió de la que había sido su lengua materna después de que la rechazaran por ello en el colegio y nunca volvió a utilizarla. Es más, llevada por la mejor de las intenciones, nos inculcó el uso del castellano como lengua exclusiva porque entonces pensaba que era lo mejor que podía hacer por su descendencia.
Pero como el destino es caprichoso y las personas aun más, cuando me hice mayor decidí por mí misma que quería ser bilingüe. Bilingüe. No me conformaba con conocer el valenciano, ni siquiera con tener un título que me proporcionara unas ventajas que nunca necesité, sino ser bilingüe. Y he de decir que casi me costó más reconocer que lo había conseguido que el camino invertido en ello, títulos y publicaciones incluidas.
Afortunadamente, mis hijas han tenido más suerte que yo y que mi madre, a quienes las circunstancias obligaron a obviar nuestra lengua. Ellas la han aprendido desde la escuela, y son capaces de utilizarla con la naturalidad que a mí me costó adquirir. Incluso ya hace años que con una de ellas he cambiado el castellano en el que hablábamos entre nosotras por el valenciano. Me hizo ilusión que ella misma lo sugiriera y estoy orgullosa de que dominemos la lengua de nuestros ancestros. Porque la riqueza cultural y lingüística es un patrimonio que debemos mimar y mantener.
Precisamente por eso, en estos días en que se dan pasos para que el uso del valenciano pierda fuelle y vaya quedando arrinconado en el ámbito educativo, quiero reivindicar nuestra lengua. Quiero seguir hablando en valenciano y que haya mucha gente que lo haga, sin que quede reducido a determinadas zonas y a registros coloquiales o domésticos. Me gustaría que las fallas, como nuestra maravillosa fiesta propia, no perdiera su lengua y quisiera que, si hablo en valenciano, nadie pueda decirme que no me entiende como le ha pasado a mucha gente de mi generación.
No repitamos el error que cometieron con nosotras, o nos arrepentiremos.
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