Pere Valenciano. Prosigo con la serie de artículos sobre asuntos que me tocan los ‘webs’, o las narices, para decirlo más finamente. En este caso, los bancos, que ahora resulta que los hay buenos y malos.
Para que lo entiendan, hasta que llegó la crisis y la explosión de la burbuja inmobiliaria, todos eran buenísimos. Los directores de las sucursales te trataban como si fueses el rey y, lo que es mejor, no necesitaban conocer tu segundo apellido para concederte un crédito a 40 años, de 240.000 euros, porque parecía que en lugar de cajas fuertes con ahorros, tenían máquinas de hacer billetes.
Con la crisis llegó el hundimiento de las cajas de ahorro, a las que han obligado a fusionarse y a las que han ayudado inyectándole dinero que tendremos que pagar todos los contribuyentes, cajas de ahorro algunas de las cuales intentaron antes del ‘Sálvese quien pueda’ estafar a miles de ciudadanos con las participaciones preferentes, un escándalo por el que nadie responde.
Con hipotecas concedidas en tiempos de orgía inmobiliaria y financiera, ahora es casi imposible, con el hundimiento de la economía, devolver aquellos préstamos desorbitados. ¿De quién es la culpa? A tenor de quién está pagando los platos rotos de aquella juerga, los ciudadanos. Pero, ¿acaso las entidades financieras no fueron irresponsables concediendo créditos sin la garantía suficiente de devolución?
Si el tema de los desahucios es un drama social de primera magnitud, los siguientes damnificados por el egoísmo de los bancos son los empresarios. Cuando todo iba bien, recibían préstamos y renovaban pólizas con facilidad. Sin embargo, ahora son muchísimas las empresas que las están pasando canutas porque los bancos han cerrado sus puertas a cal y canto.
Ahora es el momento de que los bancos se atengan a negociar con mayor flexibilidad préstamos, pólizas, hipotecas... pero de una manera justa y razonable para que el empresario tenga margen para recuperarse de la crisis y seguir pagando las letras religiosamente.
Pero no. Los bancos han optado por dar la espalda a la sociedad y su postura intransigente está hundiendo a miles de familias y empresarios de este país.
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