Susana GisbertCuando hace un año brindábamos entre risas por el 2020, nada hacía presagiar que en poco tiempo se convertiría en uno de los peores años de nuestras vidas. Nunca hubiéramos imaginado, al dar la bienvenida al nuevo año, que estaríamos contando las horas para que se terminara de una vez.
Si este año se ha caracterizado por algo, es por habernos hecho vivir situaciones que jamás hubiéramos pensado que pasarían. Ni en la peor pesadilla. Pero han pasado.
Cuando empezaba el año, ya se hablaba de un virus que venía de China. No quisimos o no supimos darle importancia. Y si lo hubiéramos hecho, se nos hubiera tildado de alarmistas. Seguro.
La cosa fue de mal en peor. Es cierto que ya debí asustarme cuando comenzaron a cerrar colegios en algunos lugares como Madrid, pero cuando me di cuenta de que esto era algo estratosférico, fue con el anuncio de la suspensión de las Fallas. Y no porque me encanten, que también, sino porque era poco menos que anunciar el fin del mundo. Desde la Guerra Civil, jamás se habían suspendido nuestras fiestas, y, aún en contienda, constan algunos conatos de celebración extraoficial.
A las Fallas le siguieron la Feria de abril, la Semana Santa, las Hogueras de San Juan o los Sanfermines. Ninguna fiesta, grande o pequeña, ha sobrevivido a ese tsunami llamado coronavirus, que ha arrasado con todo -o casi todo- lo bueno.
Y eso no ha sido lo peor. Lo peor ha sido la cantidad de vidas perdidas, de personas sufriendo, el cansancio y el miedo. Este virus es como una ruleta rusa en que nunca se sabe quién será el próximo y cuál será su modo de pasarlo.
No obstante, no todo ha de ser malo. Hemos de ver esa parte buena que, aunque cueste de encontrar, está ahí. Hemos aprendido que podemos vivir con mucho menos de lo que pensábamos, que lo importante son las personas, que hay que saber aprovechar cada momento y reinventarnos día a día para ofrecer al mundo nuestra mejor versión. Hemos aprendido a valorar muchas cosas que creíamos que nos pertenecían por derecho, como una sonrisa a rostro descubierto o un abrazo.
Recuperaremos nuestra vida, pero no seremos iguales. En nuestras manos está ser mejores. Y no olvidemos que el año aún nos puede dar algo bueno: las campanadas que marquen su fin. Hasta nunca, 2020.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia