Susana Gisbert. / EPDALa pasada semana fuimos testigos a través de los informativos de uno de esos dramas que se repiten con tanta frecuencia que casi no llaman nuestra atención. Un nuevo grupo de inmigrantes se lo jugaba todo con tal de llegar a nuestras costas ante nuestra generalizada indiferencia.
Pero en este caso pasó algo diferente, algo que nos hizo saltar las alarmas como no lo hacen otros episodios similares. Cuando esas personas estaban a punto de lograr su objetivo, con el barco de salvamento a escasos metros -por no decir centímetros- del cayuco, se desataba el drama. Su precaria embarcación volcaba, y siete mujeres, tres de ellas niñas, morían cuando ya tocaban su sueño con la punta de los dedos.
Una terrible tragedia más en nuestras costas, sin duda, pero una tragedia que podía haber sido mayor de no ser por las personas que no se lo pensaron ni un instante y se lanzaron al agua para tratar de salvar a quien pudieran.
De esto era precisamente de lo que quería hablar hoy. Quería destacar ese punto de esperanza que supone que haya personas dispuestas a darlo todos por los demás. Voluntarios sin nombre, sin obligación de hacer nada más allá del sentimiento de solidaridad que, con su humanidad logran salar vidas.
En mi tierra, Valencia, cuando de voluntariado se trata, es inevitable recordar aquellas imágenes de la Dana donde miles de personas anónimas se dirigían al lugar de la tragedia a hacer lo que se pudiera por quienes lo habían perdido todo. Entonces se resumió en una frase “solo el pueblo salva al pueblo” que, aunque no es del todo cierta -las instituciones tienen un papel fundamental que no se puede obviar- daba idea del sentimiento generalizado de agradecimiento y esperanza.
No es la primera vez que lo vemos. Ni será la última. Las personas somos capaces de las peores cosas, pero también somos capaces de las mejores. De esas hay que hablar. Y hay que hacerlo para recordar que todavía hay esperanza en este mundo en que muchas veces tenemos la sensación en que s se nos ha congelado el alma.
Por suerte, no es así. Por fortuna, cada día hay miles de personas anónimas que ayudan a sus semejantes en multitud de tareas, en multitud de escenarios, en multitud de situaciones. Y de ellos y ellas quería hablar hoy y rendirles mi pequeño homenaje. Porque lo merecen. Y porque, con sus actos, nos devuelven esa esperanza que tantas veces se nos escapa entre los dedos como se le escapaba a esas migrantes que murieron cando tan cerca tenían la salvación.
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