Susana Gisbert. /EPDAHablaba la semana pasada en estas mismas páginas de mi visita a Oslo y la favorable impresión de tolerancia y respeto que me producían sus calles, plagadas de banderas arco iris ondeando al viento. Pero, tras lo ocurrido este fin de semana en la capital noruega, no me queda otra que volver al tema. Ojalá no fuera así.
Ciertamente, si tuviera que ganarme la vida como pitonisa, me moriría de hambre. Porque fue abrir mi bocaza y pasar el horror que ha pasado, hasta el punto de que las conmemoraciones y el desfile del orgullo LGTBI han sido canceladas en Oslo. Adiós a esa normalización que tanto me admiraba Y hola al horror y al odio.
En el momento en que escribo estas líneas todavía no está claro el móvil que llevó a su autor a disparar indiscriminadamente en un local frecuentado por personas LGTBI y simpatizantes en la víspera de las celebraciones del orgullo. Pero tampoco hace falta saber mucho más para condenar el atentado como un crimen homófobo. Además de un horror sin límites.
Como ya ocurrió en la masacre de Utoya, en 2011, todo el mundo se extraña de que estas cosas sucedan en la tranquila y tolerante Oslo, lo que hace los hechos aun más impactantes. Podríamos concluir diciendo que se trata de un hecho aislado, de un loco o un criminal sin ninguna relación con nada más, pero seríamos demasiado simplistas. Por desgracia.
Aunque estos hechos no suelan suceder, por fortuna, en Noruega, y aunque no respondan a ningún plan preconcebido, lo cierto es que algo se está haciendo muy mal en este mundo nuestro para que haya personas que tomen semejantes decisiones y las ejecuten, a riesgo de todo. La semilla del odio crece y se expande con rapidez y no hemos sabido hacer nada para atajarlo a tiempo. Los polvos y los lodos de que habla el refrán.
No se trata de un hecho aislado, aunque lo parezca. Todo tiene sus consecuencias y una de las primeras ha sido la cancelación de los actos de conmemoración del Orgullo, algo para lo que, como conté, la ciudad se estaba preparado desde hacía tiempo. Y, aunque parece lógico suspender una celebración cuando se está de luto, duele. Y duele porque el Orgullo LGTBI es más que una fiesta, aunque a veces lo olvidemos. Porque, más allá de carrozas, y lentejuelas, y colorines, hay años de reivindicaciones presentes y futuras, armarios que pugnan todavía por abrirse y personas que sufren y mueren en muchas partes del mundo por el simple hecho de ser diferentes. O de amar de modo diferente
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