Susana Gisbert /EPDAHay que ver lo que gusta un buen barbarismo, sobre todo si es anglosajón. Comer muffins en vez de magdalenas, ser cool en vez de atractivo, o hacer un crowfunding en vez de una colecta. Y, por supuesto, ser influencer en lugar de ser influyente. Por que dónde va a parar.
Aunque, en honor a la verdad, hay que reconocer que ser influencer es ser influyente, pero implica mucho más. O quizás mucho menos, según como se mire.
Hace un tiempo, cuando se preguntaba a los niños o niñas qué querían ser de mayores, las respuestas iban referidas a profesiones de las de toda la vida. Arquitectura, Medicina, Peluquería y los indispensables deseos de ser policía o bombero que todo el mundo ha tenido alguna vez. O princesa, claro está, o presentadora de Telediario que en España tienen mucha relación.
Hoy, sin dejar de aparecer vocaciones a todas esas profesiones -salvo la de princesa, que tiene lo suyo- hay muchas criaturas que tienen claro que lo que quieren ser es influencers. O youtuber, o instagramer, o tiktoker, que son ramas del mismo árbol. Y es debería darnos que pensar.
Lo único que tienen en común todos los miembros de esa fauna que tiene por hábitat natural las redes sociales es que retransmiten todo lo que hacen y piensan, o, mejor dicho, retransmiten aquello que quieren que la gente crea que es lo que hacen y piensan. Están en los sitios más maravillosos, comen los manjares más deliciosos, tienen el aspecto más fantástico y exponen las mejores opiniones. Y esto no es que sea malo. Ni bueno. Es que no es real, y ese es el problema.
Quienes siguen a estos personajes, sobre todo si son adolescentes, llegan a creer que todo es verdad y aspiran a hacer exactamente lo mismo. Y, cuando no es posible, aparece la frustración y sus consecuencias. Es imposible estar siempre perfecta, visitar los sitios más fabulosos, comer las mejores viandas y opinar como nadie.
Pero tal vez ese no sea todo el problema. El problema es que esa meta a seguir aparece como una profesión en la que se obtiene todo a cambio, prácticamente, de nada.
Y el mundo lo que sigue necesitando son bomberos que apaguen los fuegos, policías que nos cuiden y profesionales que curen las enfermedades, que construyan casas, que defiendan a quien lo necesite y que enseñen, entre otras muchas cosas. Y eso no se consigue desde las redes sociales, aunque bien puedan servir para contarlo.
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