Susana Gisbert.Tranquilo todo el mundo. Aunque
por el título pudiera parecerlo, no me estoy refiriendo a José Luis Moreno y a
sus inefables Macario y Monchito, ni voy a hacer muchos uhhhhh para que me
aplaudan, no se crean. Hablaré de otros, mucho más insufribles, si cabe, porque
una no puede apagar la televisión para evitarlos. Y ahora en verano, con la
playa y la piscina, proliferan más que nunca. Sigan leyendo y seguro que les
suena. Y seguro que, lo reconozcan o no, coinciden conmigo.
He de reconocer que, aunque el
sufrimiento lo vivo en carne propia, la idea es ajena. Me la ha prestado
generosamente un compañero tuitero. Pero en cuanto le leí, me sentí tan
identificada que no pude evitar pedirle una cesión de su ocurrencia. Así que
gracias, Ernesto. Espero estar a la altura de tu ingenio.
Decía mi amigo que sus
ventrílocuos preferidos eran los padres que saludan en nombre de sus hijos de
tres años, que no abren la boca. Verdad verdadera. Y lo bien cierto es que, si
se limitan a saludar, aún tendremos suerte. Que en ocasiones mantienen
conversaciones enteras suplantando con voz de falsete lo que supuestamente
piensan sus retoños, que se empecinan en mantener la boca cerrada. Demostrando,
dicho sea de paso, que son mucho más sensatos que sus pesadísimos papás y
mamás.
Seguro que lo han vivido.
Incluso, seguro que no han podido evitar hacerlo alguna vez, porque debe venir
en el pack de la maternidad o paternidad como una parte inseparable, como esos
yogures que uno no puede comprar de uno en uno, aunque tenga que cargar con el
de macedonia, que abomina, para llevarse los de piña y los de frutos del
bosque. Pero es que claro, la tentación es mucha, se te acerca la vecina, mira
a tu niño con cara de embeleso y, al tiempo que le da el odioso pellizco en la
mejilla, pregunta “¿Cómo se llama esta preciosidad?”, en tono de cancioncilla y
alargando mucho la “a”. La criatura, claro está, evidentemente cabreada por el
pellizco, se niega a abrir la boca y, rápidamente, su progenitor aflauta la voz
para decir muy serio “Juanito, me llamo Juanito”, mientras el rorro le mira de
hito en hito con cara de pocos amigos. La escena se completa en ocasiones con
una nueva frase, inteligente hasta decir basta, en la que la presunta voz de
Juanito explica a su interlocutora que tiene tres añitos, y que el año que
viene ya va al cole de mayores. Explicación de todo punto innecesaria, porque
todos sabemos que a esa edad empieza la escolarización obligatoria. Y todavía
hay más. A tal despliegue de oratoria se acompaña el gestual, y el papá o mamá
entregado pueden pretender que con los deditos Juanito enseñe los añitos que
tenga –cuando de niños se trata, todo se dice en diminutivo, aunque se trate de
un camión de varias toneladas- y que diga adiós con la manita. Y aunque el nene
siga sin colaborar, el adulto no se corta un pelo y le coge la manita o los
deditos como haría Mari Carmen con Doña Rogelia.
Pero todavía hay una situación
peor. Cuando el papá de Juanito se encuentra con una mamá, que pasea a su nena.
Repitiendo la escena, el papá de Juanito pretende que su niño salude a la nena
en cuestión y, como sigue obcecado en mantener los labios sellados, retoma el
falsete para preguntarle “¿Cómo te llamas, nena?” a lo que la mamá de la
aludida no tarda un segundo en responder, también con vocecilla, que se llama
Isabelita –o Zuleika, vaya usted a saber-. Y entre ambos padres, en un
insufrible ejercicio de ventriloquía, se entabla una conversación digna de los
Teletubbies, como mucho. Y pobre del que pille por medio, que tiene que asistir
sonriendo al encantador diálogo entre los niños, o mejor, entre los padres,
porque los retoños permanecen con la boca cerrada. A mí me ha pasado más de una
vez.
Así que, permítanme un consejo.
Cuando se encuentren a unos papás cuyo niño no abra la boca, huyan lo más
rápido posible. Y para la próxima vez, tengan preparado un CD de Barrio Sésamo.
Seguro que les encanta y, de paso, aprenden. O no.
SUSANA GISBERT
(twitter @gisb_sus)
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