La pasado noche del 31 de noviembre, cuando salía a cenar, me encontré con una invasión zombi, una verdadera noche de los muertos vivientes donde personas de las más variadas edades -sobre todo, jóvenes, pero había de todo- lucían sus preciosos disfraces horrorosos.
A mí es una fiesta que todavía me resulta ajena, pero no son pocos quienes la han integrado en su vida y han pasado a formar parte de sus calendarios, como en el caso de las fallas, que no hay casal donde no haya decoración terrorífica y fiesta de celebración.
Hubo un momento en que la oposición a esta celebración era feroz. Se veía como algo importado del mundo anglosajón -y, lo es, para qué negarlo- y que chocaba contra nuestra teórica españolidad, consistente en rezar mucho, limpiar tumbas y ver Don Juan Tenorio por enésima vez.
La verdad es que, españolidad casposa aparte, entiendo que la fiesta haya acabado imponiéndose. Porque para niños, niñas o adolescentes es mucho más atractiva una fiesta en la que se disfrazan y se divierten que una jornada de recogimiento y oración, donde la única distracción posible es ver una obra viejuna -perdóname, Zorrilla- que han visto por la tele una y mil veces.
Al final, como reza el dicho, si no puedes con tu enemigo, únete a él. Por eso cada año el ejército de zombis invadiendo la ciudad por una noche es mayor. Como también es mayor el número de niños y niñas que, emulando las películas y series americanas, recorren las casas pidiendo caramelos al grito de” truco o trato” que, aunque no saben en qué consiste, suena bien.
Probablemente, nos hemos equivocado. Si queremos preservar nuestras tradiciones, tendríamos que hacerlas atractivas, y lo de ir al cementerio a limpiar tumbas y poner flores no parece tener ningún tirón. Tal vez deberíamos aprender del pueblo mexicano, que convierte su Día de los muertos en un homenaje a quienes se han ido al tiempo que una celebración de la vida. Y con disfraces bastante más bonitos que los de zombi ensangrentado o momia a medio vendar que acostumbramos a ver por aquí.
Y es que, por más que haya quien se aferre a que hay que mantener nuestras tradiciones, las personas que van a los cementerios en esta fecha son cada vez más mayores, sobre todo mujeres. Porque los tiempos cambian, y ahora la mayor parte de entierros han sido sustituidos por cremaciones, con lo cual las visitas al cementerio y los arreglos de tumbas tienen cada vez menos sentido.
En definitiva, a nuestros muertos los recordamos cada día, con o sin visita al cementerio, y con o sin disfraz. Eso es lo verdaderamente importante
	
									
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