Teresa Ortiz "Señora Montero, sorprendentemente, en el actual gobierno talibán de Afganistán, el puesto de ministra de Igualdad está vacante. Seguro valoran experiencia en puesto igual o similar". Estas palabras no son mías, son palabras que suscribo letra a letra, de mi compañera vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís, en redes sociales, ante el último disparate conocido de la ministra (o ministre con 'e') de Igualdad, Irene Montero.
A esta ministra no se le ocurrió otra cosa el 31 de agosto que comparar y prácticamente asimilar la situación de las mujeres afganas con las mujeres españolas. Obviamente, desde Ciudadanos la respuesta no se hizo esperar. Por una parte, por medio del referido texto en redes sociales de Begoña Villacís y, por otra parte, en palabras de nuestra presidenta, Inés Arrimadas, cuando dijo claramente que la comparación clamaba al cielo, siendo un insulto para las mujeres afganas, firmando además un escrito, junto a otras mujeres de mi partido, en el que pedíamos a la ministra de Igualdad que rectificase sus declaraciones. Además, desde Ciudadanos, en el Parlamento de España, hemos pedido reprobar a Irene Montero por frivolizar con estos conceptos tan serios y por el desprecio de la propia ministra por los avances en igualdad, que se han llevado a cabo en España desde el año1978, de los que todos los partidos, de un modo u otro, hemos sido agentes activos.
Pero lo peor no acaba aquí. Uno de los mayores errores que una persona en esta vida puede terminar cometiendo es perseverar en la propia equivocación. Al respecto, seis días después, la ministra Montero ha vuelto a insistir en que "afganas y españolas están sometidas a un mismo sistema" y que "aunque difieran las condiciones materiales, todas las mujeres del mundo viven bajo el machismo y el patriarcado". Estas nuevas declaraciones son la clara muestra de que Irene Montero está siendo contumaz en su propia idiotez. Quizás, esta vuelta de tuerca, que ya roza lo patológico, se deba a una especie de abducción intelectual que sufre la ministra y que, si la padeciese de puertas para dentro, en su propia casa y fuera de cualquier cargo público, no transcendería más allá de ser considerada una mera anécdota hilarante.
En este caso, lo peor es que cualquier declaración pública de cualquier ministro o ministra de nuestro país tiene claras consecuencias para la imagen de España en el exterior; una imagen, que recuerdo, no es nada buena, gracias a todo el equipo de gobierno de Pedro Sánchez, en el que la señora Montero es el mayor agente activo respecto a generar los peores impactos mediáticos.
Toda esta situación de caos ideológico y de gestión que rodea a la señora Irene Montero sólo puede ser entendible, que no admisible, desde la perspectiva de alguien que llega a un puesto de trabajo de máxima responsabilidad por puro enchufismo y para el que no está cualificado (en este caso cualificada), sin haberse labrado previamente un buen Curriculum y una trayectoria profesional con importantes dosis de capacidad, talento y experiencia demostrable. La conclusión que subyace es que no vale todo para poder alcanzar un nada común sueldo de 75.000 euros y todas las prebendas propias del puesto de ministra, si luego no se sabe ni de lejos ejercer el cargo. Pensemos por un momento en el importante número de personas con excelentísimas trayectorias profesionales y personales que han llegado a tener puestos de máxima responsabilidad en el Gobierno de España o en sus Comunidades Autónomas desde el inicio de la democracia. Desde uno de los primeros presidentes autonómicos que juró su cargo en democracia, Lorenzo Olarte Cullen (Canarias), hasta las actuales compañeras de Gobierno en otros ministerios como Carolina Darías, Nadia Calviño o Margarita Robles. Todos y todas ellas tienen un historial profesional del que podemos discutir matices o etapas, pero nunca todo su contenido, tal y como sucede con Irene Montero. En este contexto, es imposible poder comparar lo que aporta para el país la actual ministra de Igualdad con respecto a muchísimos de sus antecesores. Quizás, en todo caso, lo más parecido a ella podrían haber sido Leire Pajín o María Antonia Trujillo, de infausto recuerdo también en el imaginario colectivo.
Señora Montero, en este asunto capital de Afganistán, desde Ciudadanos le exigimos que evite decir o escribir una sola estupidez más. ¿Sabe usted cuántas mujeres visten obligadamente el estigmatizador Burka en el Mundo islámico y concretamente en ese país? ¿Sabe usted cuántas niñas no han sido y no van a ser escolarizadas? ¿Sabe usted cuántas niñas han sido casadas a los 12 años con hombres mayores, a los que ni conocían? ¿Sabe usted cuántas mujeres han sido azotadas o lapidadas en Afganistán a causa de reír, cantar, bailar o hablar con un hombre que no sea su esclavista? ¿Sabe usted cuantas mujeres han muerto o van a acabar muriendo en Afganistán por mil motivos inventados más por esos locos integristas amigos de los terroristas, que han llegado para quedarse, con la vergonzosa anuencia de Occidente?
Señora ministra de Igualdad, todo esto es muchísimo más serio que sus palabras sin sentido terminadas en 'e', su falta de empatía con las mujeres a las que dice defender, sus ataques gratuitos a todos los hombres del planeta o la visión parcial y sectaria que usted tiene del feminismo. ¿Usted sabe el bienestar social real que se podría crear con los casi 500 millones de euros que cuesta su ministerio en unas mejores manos? ¿No hay mujeres preparadas de verdad en su partido para sustituirla? Hágame caso, cuando sea finalmente cesada y sustituida, ponga todo su interés en ayudar en primera persona a las mujeres afganas, y si es posible y se atreve, hágalo desde dentro de Afganistán.
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