Mamen Peris. EPDA Octubre
es un mes especial para los valencianos, pues celebramos nuestro día
grande. Participar en el Te Deum, en la procesión cívica… y ver
Valencia llena de gente, con nuestras diferencias; pero, sobre todo,
con muchas similitudes, con lo mucho que nos une, es un gozo.
Los
valencianos salimos a la calle, sin complejos, para congratularnos de
que vivimos en una tierra rica en matices y colores. Tenemos una
historia que nos define como emprendedores y luchadores, una cultura
que embelesa a oriundos y foráneos, una lengua en la que se han
escrito obras reconocidas mundialmente y que ha pervivido a pesar de
los pesares. ¡Tenemos tanto! ¡Somos tanto!
Sin
embargo, algunos se empeñan en querer convertir esta riqueza en un
arma de confrontación. Lo hacen con la lengua, con las señas de
identidad, con la cultura… ¡Nunca lo entenderé! Sería tan fácil
si todos nos respetásemos y, por supuesto, no vulneráramos la
legalidad.
Yo
puedo respetar que el conseller Marzà sueñe con los “països
catalans”. No obstante, eso es una quimera mientras no haya una
mayoría de españoles que lo quiera y no creo que ocurra nunca. Así
que, yo respeto su ideología como no puede ser de otra manera. Ahora
bien, que juegue con los instrumentos que tiene a su alcance para
intentar saltarse la ley a la torera, eso no. Afortunadamente, ahí
están los tribunales para decirle que sus planes en la educación
valenciana no se ajustan a derecho.
El
valenciano, que yo hablo y defiendo, es de todos. De los que nos
sentimos valencianos, españoles y europeos también. De los que
queremos seguir formando parte de España también. Es ridículo
querer erigirse en defensor de una lengua cuando le estás haciendo
más daño que otra cosa. Al utilizar la lengua políticamente, la
perviertes.
La
lengua no se puede imponer. Tampoco la cultura ni las costumbres.
Ahora resulta que, según una guía de Valencia para ingleses que
cuenta con la colaboración de la Conselleria, bailamos la sardana y
nuestra bandera es la “cuatribarrada”. Ja n’hi ha prou!
Yo
hablaré en mi lengua, la de mis padres y la de mis abuelos, cuando
quiera; a veces sí, a veces no. La bandera de mi Comunidad es la
Senyera. Y aquí no se baila la sardana ni decimos “diada”. No
tiene que venir nadie a decirme lo que debo hacer ni a darme
lecciones de valencianía.
Querer
a esta tierra es trabajar por ella desde las instituciones como está
haciendo Ciudadanos (Cs); es luchar para que, lejos de la corrupción,
la Comunidad Valenciana vuelva a ser un gran motor económico; es
arrimar el hombro para que todos nos sintamos cómodos, cada uno con
nuestras diferencias, pero “Tots a una veu”.
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