Retrato de Cervantes
José Aledón Hay
en la vida de los hombres sutiles e invisibles hilos que conectan
identidades y épocas sin que los afectados puedan hacer mucho por
liberarse de ellos. Son, podríamos decir, esclavos del Destino. Ahí
tenemos a Heinrich Schliemann y Troya o a Howard Carter y Tutankamón,
nombres ya unidos para siempre.
Valencia
y, en particular el Canyamelar tiene otro nombre asociado al más
famoso escritor que ha dado España y el mundo hispánico: Miguel de
Cervantes. Ese valenciano, ese canyameler es José Albiol López
(1872-1928), pintor, orfebre y restaurador de obras artísticas.
Supe
de Albiol por otro eminente artista valenciano, también oriundo del
Canyamelar: Ernesto Furió Navarro, grabador, pintor y catedrático
de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos. Hablándome de sus
primeros pasos en los estudios artísticos mencionó a un catedrático
de Metalistería Artística en la Escuela Industrial de Valencia que
fue quien le inició en el trato con los metales preciosos,
animándolo, al ver sus aptitudes, a completar su formación en la
citada Academia de San Carlos. Nunca me mencionó Ernesto Furió la
relación de José Albiol con el Príncipe de los Ingenios. Solo
cuando comencé a estudiar con cierta profundidad la vida y obra de
Cervantes relacioné esos dos nombres, descubriendo la fantástica
aventura que los unió indisolublemente.
José
Albiol López nació en 1872 en la calle del Rosario nº 128
(Canyamelar) del entonces municipio independiente Pueblo Nuevo del
Mar, mostrando una precoz disposición para el dibujo. Se matriculó
en la Academia de BBAA de San Carlos, cursando con aprovechamiento
las disciplinas allí impartidas y trabajando al mismo tiempo en los
prestigiosos talleres de joyería de Andrés Navarro y Vicente Sarti.
Una
vez terminados sus estudios comienza a pintar obras por encargo y a
realizar trabajos de restauración de obras de arte, todo ello sin
abandonar su trabajo como orfebre. Hombre inquieto, se instala en
Madrid donde conoce a fondo la vida social y cultural del momento,
fraguando amistades que le serán de gran utilidad en el futuro.
Participa también en exposiciones en distintas capitales españolas,
obteniendo varios premios, especialmente en Barcelona, donde en 1903
oposita a una cátedra de Dibujo Artístico en la Escuela Superior de
Artes e Industrias y Bellas Artes. No la obtiene, pero la tenacidad
del cañamelero es imbatible y oposita y consigue una plaza como
profesor de Dibujo Artístico en la Escuela de Artes y Oficios de
Oviedo.
Son
años en que la resaca del Desastre del 98 genera un amplio
movimiento regeneracionista basado en buscar y enaltecer las esencias
patrias basadas en la cultura y la lengua españolas, convirtiéndose
la vida y obra de Cervantes, por su proyección universal, en su
principal catalizador. En 1905 se celebra el Tercer Centenario de la
publicación de la primera parte del Quijote, dando lugar a una
verdadera eclosión cervantina en todos los ámbitos culturales no
solo en España sino también en Europa, movimiento que durará
varios años, hasta el punto de decretarse en 1920 la lectura
obligatoria del Quijote en los centros escolares españoles,
estipulándose que
“a dicha lectura se dedicará cada día lectivo el primer cuarto de
hora de clase, terminado el cual, el maestro explicará a los
alumnos, con brevedad y en términos apropiados para su inteligencia,
la significación e importancia del pasaje leído”.
En 1926 se estableció el 7 de octubre, día del nacimiento de
Cervantes, como el Día del Libro, cambiándose en 1931 al 23 de
abril, día de su muerte.
Sí,
Cervantes se puso de moda después de más de un siglo de
indiferencia. Pero, ¿quién fue Miguel de Cervantes Saavedra? y,
sobre todo, ¿cómo era Cervantes?
Conocemos
los rostros de los más importantes literatos españoles más o menos
contemporáneos suyos como Lope de Vega, Góngora o Quevedo gracias a
los retratos surgidos de manos ilustres como las del mismísimo
Velázquez, sin embargo, carecemos de la vera
efigies del Manco
de Lepanto, ¿cómo es posible? La razón estriba en la poca
importancia que en su tiempo se le concedió a Cervantes y su obra.
No hay que olvidar que en el siglo XVI y buena parte del XVII la
reina de la literatura era la Poesía y su corolario el drama y la
comedia. Quien no era poeta y dramaturgo no era nada en el mundillo
literario madrileño – que era el mundillo literario español - y
ahí reinaba indiscutido Lope de Vega. Ni siquiera Góngora o
Quevedo, enemigos acérrimos suyos, osaron disputarle el trono al
madrileño. Muy poco podía hacer Cervantes ante el poderoso e
intratable Lope, quien llegó a escribir de él: “Honra a Lope,
polilla o guay [ay] de ti”.
La
Real Academia Española, abanderada del resurgimiento cervantino,
buscaba afanosamente desde principios del siglo XX el verdadero
retrato de
Cervantes, pues los cinco supuestos retratos del genial alcalaíno
conocidos hasta entonces carecían de todo crédito. Había que
buscar y encontrar el santo grial icónico cervantino.
Cervantes,
gran conocedor de la psicología humana, ya previó tal vacío cuando
en 1613 escribió en el Prólogo de sus Novelas Ejemplares: “Quisiera
yo, si fuera posible, lector amantísimo, excusarme de escribir este
prólogo, porque no me fue tan bien con el que puse en mi Don
Quijote, que quedase con gana de secundar con este. De esto tiene la
culpa algún amigo de los muchos que en el discurso de mi vida he
granjeado antes con mi condición que con mi ingenio; el cual amigo
bien pudiera, como es uso y costumbre, grabarme y esculpirme en la
primera hoja de este libro, pues le diera mi retrato el famoso don
Juan de Jauregui, y con esto quedara mi ambición satisfecha y el
deseo de algunos que querrían saber que rostro y talle tiene quien
se atreve a salir con tantas invenciones en la plaza del mundo a los
ojos de las gentes, poniendo debajo del retrato: "Este que veis
aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y
desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien
proporcionada, las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron
de oro; los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos
ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y
peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los
otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño; la color
viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy
ligero de pies. Este digo, que es el rostro del autor de "La
Galatea" y de "Don Quijote de la Mancha", y del que
hizo el "Viaje del Parnaso", a imitación del de Cesar
Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas, y
quizá sin el nombre de su dueño, llámase comúnmente Miguel de
Cervantes Saavedra".
Ha
sido necesaria esta prolija cita para cerciorarnos del escaso interés
de Cervantes en perpetuar
su imagen a través de cualquiera de las artes plásticas, sabiendo,
como sabía, de la corta y azarosa vida del frágil lienzo o papel.
Confió mucho más en una autodescripción, hecha con la
minuciosidad, no exenta de humor fino, propia del funcionario que
también fuera.
No
obstante su escaso o nulo deseo de que su ya envejecido y desdentado
rostro fuera reproducido sí dejó abierto un enigma que ha traído
de cabeza a cervantistas y académicos desde entonces y es la frase
“le diera mi
retrato el famoso don Juan de Jauregui” dando
a entender que el pintor, poeta y erudito sevillano Juan de Jáuregui
y Aguilar (1583-1641) pintó o pudo
haber pintado su
retrato, y aquí entra de lleno José Albiol, residente a la sazón
(1910) en Oviedo.
Conocedor
– como hemos dicho, tenía muy buenas relaciones en Madrid – de
la búsqueda del retrato de Cervantes supuestamente hecho por
Jáuregui repara en una vieja tabla de nogal de 46x36 cm. que tiene
en su estudio, procedente del coleccionista y anticuario valenciano
Estanislao Sacristán, fallecido en 1906, y en la que hay pintado el
retrato de un hombre de cierta edad. Viendo que el cuadro está
bastante deteriorado, comienza un proceso de restauración tras el
que aparecen las leyendas “D. Miguel de Ceruantes Saauedra”
(parte superior) y “Juan de Iaurigui Pinxit. año 1600” (parte
inferior).
¡Eureka!,
pensaría Albiol, “aquí está el famoso cuadro de Jáuregui”,
comenzando una frenética serie de contactos en la Villa y Corte a
través de su íntimo amigo Daniel Cortázar y Larrubia, ingeniero de
caminos, senador y académico. La intelectualidad madrileña se
alborota, interesándose por el hallazgo desde el Presidente de la
Real Academia Española hasta José Canalejas, Presidente del Consejo
de Ministros. Examinan el cuadro, hay defensores y detractores de la
autenticidad del mismo pero, lo que al final se decide es que de
ninguna manera debe salir esa pintura de España. Se le ofrece lo que
pida a José Albiol. Éste dice que no quiere dinero, que, por
patriotismo, quiere donar esa obra a una institución española, si
fuera posible, a la Real Academia Española. Únicamente solicita el
artista valenciano a quien corresponda que se reactive la creación,
paralizada por cuestiones burocráticas, de una cátedra de
Metalistería Artística en la Escuela Industrial de Valencia.
Ni
que decir tiene que la Academia acepta complacida la donación del
supuesto retrato de Cervantes, poniéndose también en marcha los
trámites en la Administración para sacar a concurso dicha cátedra,
opositando a ella Albiol y obteniéndola en julio de 1911.
José
Albiol López fue becado por la Junta de Ampliación de Estudios e
Investigaciones Científicas para estudiar durante un año
Metalistería Artística en París, llegando a ser también desde el
24 de abril de 1912 académico correspondiente de la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando (Madrid).
El
supuesto retrato de Cervantes, donado por el pintor del Canyamelar a
la Real Academia Española preside desde 1911 el Salón de Sesiones
de la docta entidad. Nunca eso de “se non é vero é ben trovato”
fue más oportuno.
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