José Antonio Alegre
Moreno llegó a Puçol en 1967, entonces era un joven médico recién titulado al
que no le importaba lo más mínimo hacer multitud de guardias en la llamada Casa
del Toro, incluidos los fines de semana: “Al principio era una guardia a la
semana, pero con veintipico años haces de todo con tal de aprender, practicar e
integrarte en la vida del pueblo”, asegura mientras destapa una coca-cola en la
terraza del bar del campo de fútbol, sentados a la sombra, para combatir un
verano especialmente caluroso.
Al poco tiempo pasó a
ejercer ya en el antiguo ambulatorio, situado en la plaza del País Valencià, la
misma donde regresa el jueves 30 de agosto de 2012, pero en esta ocasión para
subirse a un escenario, recordar algunos momentos de su vida, añadir algunas
impresiones de la historia de Puçol y, en definitiva, dar comienzo a las
fiestas de su pueblo.
“Del pregón no puedo
revelar más, ha de ser una sorpresa, tan sólo constatar que combina algo
autobiográfico con elementos de la historia de Puçol”. Y con esa misma naturalidad
con la que aborda cualquier tema, da por zanjado el asunto del pregón y pasamos
a hablar de un hombre que hace honor a su apellido: alegría y tranquilidad son
las sensaciones que transmite. Es una persona que ante todo cree que hay que
disfrutar de la vida, de ahí que se considere “alguien que siempre ve la
botella medio llena”. Y no sólo lo dice, sino que lo practica.
“Aunque mi especialidad
era pediatría y puericultura, cuando pasé al ambulatorio comencé a tocar todos
los temas, eso que se ha llamado siempre médico de cabecera, médico de familia
o de medicina general. En los últimos quince años fui ante todo el médico del
pueblo, el que atendía todo tipo de problemas”, recuerda mientras toma un nuevo
sorbo del refresco que tiene entre manos.
Como médico concienciado
predica con el ejemplo: no fuma, no bebe alcohol, come con moderación, practica
senderismo, aunque sea sin excesos, algo adecuado a su edad... porque “hay que
hacer lo que uno predica a sus pacientes”, asegura con esa tranquilidad con la que
repasa cada etapa su vida y confirma que sí, que ahora es una edad perfecta,
después de jubilado, para seguir disfrutando y aprendiendo: “ahora que estoy jubilado,
vivo en la gloria”.
Y es que 2010 fue el año
de su jubilación, desde entonces sólo mantiene su pequeña consulta privada,
pero tiene mucho más tiempo para el deporte, para la lectura, para el cine y
para su gran pasión: la fotografía. Algo que siempre le ha gustado, aunque
ahora, con la tecnología digital, su pasión se ha multiplicado hasta el punto
de llegar a exponer en la Casa de Cultura a finales de abril una brillante
muestra de su trabajo con la HDR, la fotografía de Alto Rango Dinámico.
“A los quince años ya
monté mi primer laboratorio en el cuarto de baño de casa, aunque el objetivo que
tenía me obligaba a poner la ampliadora casi en el techo. Era un trabajo
artesanal, con el revelado del negativo en los tanques redondos, los líquidos,
el papel… de todo aquello guardo un recuerdo especial”. Como todos los que han
aprendido con la fotografía analógica y el revelado tradicional, José sabe
valorar la importancia del encuadre, del tiempo justo de exposición, de la
composición de los líquidos… elementos ahora arrinconados por el Photoshop,
aunque la experiencia siempre es un grado.
“De hecho mis primeros
trabajos con la fotografía de alto rango dinámico fueron con el Photoshop CS-2
y los resultados no me gustaban. Entonces Rubén Hernandis me enseñó otro
programa, el Dynamic, que ofrecía mucho mejores resultados con el HDR y con él
me inicié. Luego Adobe ha mejorado mucho y hoy en día, con el Photoshop CS-5,
se consiguen auténticas maravillas, porque llega incluso a alinear fotos
tomadas sin trípode y ligeramente inclinadas”. Sabe de lo que habla y disfruta
compartiéndolo. Una explicación técnica, pero ligera, relajada, como el médico
de toda la vida cuando se dirige a un paciente al que quiere informar, pero no
asustar y mucho menos llenar de dudas.
Hoy trabaja con su cámara
Sony 100, casi siempre en RAW, para poder disfrutar luego en el laboratorio
digital, y si sale de viaje echa el trípode porque “siempre habrá una foto que
hacer”. Aunque no organiza viajes para hacer fotos aquí o allá, sino que
aprovecha para captar alguna imagen allá donde va. Sobre todo a Lugo, donde
viaja todos los años, y también a los pueblos de la Comunidad Valenciana, donde
sale a pasear, hacer senderismo y, si se le enciende la bombilla, para y guarda
esa imagen que acaba de descubrir.
“Es la capacidad de
síntesis, que se desarrolla sobre todo con la edad. Cuando era joven tenía
mucha más memoria y grababa incluso con el vídeo, pero ahora lo tengo
abandonado, porque me interesa más ese momento, esa imagen que sólo se puede
captar con la fotografía”, asegura mientras intenta transmitir con palabras la
satisfacción que le produce ver una imagen de sus nietos, ese momento congelado
que tanto transmite y que ningún vídeo puede igualar. “Con la edad uno aprende
a destilar el conocimiento y también las imágenes, a elegir, aunque debo
confesar que estoy ahora etiquetando y clasificando las fotos que tengo
archivadas y son veintinueve mil… y eso que sólo hablamos de las digitales y
unos cuantos negativos que he escaneado de la época en que trabajaba con la
fotografía analógica”.
Disfruta hablando,
disfruta narrando pequeñas historias que se convierten casi sin quererlo en
clases magistrales, no de un ilustre profesor, sino de ese maestro del pueblo o
de ese médico de cabecera que siempre encuentra el tono justo para dirigirse a
su interlocutor, sea éste un niño, un adolescente o un abuelo. Tranquilo,
relajado, pero con las ideas claras. La misma claridad que transmite al hablar
de su último desafío: el pregón de las fiestas de Puçol.
“Me llamó a finales de
junio José Mª Esteve, que también es médico, para pedirme que hiciera el pregón.
Mi primera respuesta fue decirle que lo hiciera él, pero me contestó que ya lo
había hecho hace un par de años. Era difícil escaparse. Así que me lo pensé
durante diez minutos y luego le llamé para decirle que sería un auténtico honor
para mí ser el pregonero de las fiestas”.
Tras aceptar el
compromiso, unos días pensando, mientras paseaba por el campo y quizá
ocasionalmente plantaba el trípode para hacer una foto. Dándole vueltas a qué
contar a sus vecinos, tomando apuntes, leyendo, buscando esa inspiración que
sólo se encuentra cuando uno está trabajando y no cuando se sienta a esperar la
iluminación.
Y un buen día se sentó a
escribir. Primero a mano. Luego con el ordenador. Leer. Releer. Corregir… Y
guardar el más absoluto secreto sobre el contenido, que ha de ser una sorpresa
para todos. El jueves 30 de agosto, al filo de la medianoche, el médico del
pueblo regresa a la plaza del antiguo ambulatorio, su lugar de trabajo durante
décadas.
Regresa sin tristeza, sin
añoranza. Como su propio apellido indica, llega dispuesto a inundar la plaza
con su alegría de vivir. Nada mejor que un pregonero alegre para dar la
bienvenida a las fiestas de la crisis. No te lo pierdas, es contagioso. Y hay
momentos en la vida en que conviene contagiarse y aprender a ver “siempre la
botella medio llena”.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia