Héctor Troyano. EPDA En estas últimas semanas,
los jóvenes españoles, y especialmente los valencianos, hemos podido comprobar
con estupor como hemos pasado de héroes a culpables. Lejos quedan los
agradecimientos por el comportamiento ejemplar que la juventud tuvo durante el
confinamiento, ahora, se ha dado paso a un sinfín de adjetivos despectivos que
ha terminado por criminalizar a la juventud y hacerla culpable de esta última
ola de la pandemia.
Y es que ahora ya nadie
recuerda cómo los jóvenes, al igual que el resto de la población pero
especialmente, hemos tenido que adaptar nuestra vida, social y profesional,
durante este año y medio de COVID-19. En una edad crítica y clave, de
crecimiento, de construcción de relaciones personales, de energía plena para
aprender y desarrollarse como personas, los jóvenes hemos tenido que parar en
seco y adaptarnos, y no ha sido fácil. Hemos tenido que volver a ver cómo el
futuro precario que empezábamos a observar se ha vuelto a convertir en un 42%
de paro juvenil, frustrando, de nuevo, cualquier atisbo de independencia.
Coincidirán conmigo en
que tampoco ayuda la tardanza, que unida a la incerteza en la vacunación, ha
hecho desesperar a los jóvenes, especialmente en la Comunidad Valenciana. Ni grupo prioritario, ni calendario previsto,
pese a ser el grupo de población con mayor movilidad durante el verano.
De las actitudes
irresponsables de un tanto por ciento muy reducido de la población no se puede
culpabilizar a todo un colectivo y mucho menos si, bajo mi parecer, esto puede
agravar la fractura generacional que ya hoy reina en nuestro país. Los jóvenes,
hemos sido y seguimos siendo responsables, la gran mayoría, basta de
estigmatizarnos.
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