Susana Gisbert. /EPDACada Navidad es lo mismo. Estamos todo el año pregonando que hay que repartir las tareas domésticas, pero llegan las celebraciones y parece que se nos olvida. Las abuelas cocinan. Por supuesto, si están en condiciones de hacerlo, pero, aun no estándolo, siguen teniendo el mando y, si pueden, dan las órdenes para que todo este perfecto.
La abuela cocina el cordero, o el besugo, o lo que toque en Nochebuena -lo del pavo me parece más de las películas navideñas americanas, pero igual es cosa mía- y prepara el cocido de Navidad, ese tan denso que se puede cortar la capa de grasa con cuchillo y tenedor, y que sabe tan rico. Conforme los hijos e hijas crecen, cada vez es más difícil juntarlos, que cada cual tiene su familia política, y es posible que tenga que duplicar las celebraciones, pero no importa. Y si hay abuelo, con suerte compra el marisco y pone la mesa, como si estuviera haciendo lo más pesado del mundo Y poco más.
Y eso no es todo. Después viene lo peor. Todo el mundo se marcha, y ella se queda con una pila de platos, vasos, copas y cazuelas, con los manteles hechos unos zorros y con una casa que está manga por hombro.
Pero la abuela nunca se queja. Es más, es feliz haciendo todas esas cosas, y se pondría muy triste si dejara de hacerlo. Es su momento, ese en el que es más importante que nadie, aunque luego necesite una semana para recuperarse.
No obstante, la vida evoluciona y cada vez hay más familias que van a restaurantes o encargan comidas preparadas porque no hay abuelas como las de antes, y las que quedan ya no están para muchas roscas. Y hay que reconocer que, por elaborado que sea el menú, por bueno que sea el chef y por más que el ambiente sea estupendo, nada supera aquellas comidas pantagruélicas en casa de la abuela, con los marcos de las puertas y ventanas adornados con espumillón de colores y bolas de cristal.
Yo nunca conocí a mis abuelas, pero esta Navidad será la primera que mis hijas pasen sin la suya, porque mi madre nos dejó este año. La echaremos mucho de menos, a ella y a quienes ya no están, pero trataremos de que no nos falte de nada de lo que ella nos daba, porque no nos lo personaría. Bastante tenemos con no tenerla a ella.
SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)
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