Han sido muchos los viajeros que se marchan de Granada fascinados por la Alhambra. Desde que los Reyes Católicos levantaron en ella su enseña, se convirtió en una joya rara que se mostraba con orgullo, tanto fue así que se nombró un alcaide y se le asignaron unas rentas para que la edificación se mantuviese en buenas condiciones. Lo que más llamaba la atención, por cierto, a los primeros “turistas” fueron los baños, un espacio lujoso y extraño en el resto de Europa. El esmero que la Corona puso en mantener esta posesión ha permitido que llegue hasta nuestros días.
Con el fin de potenciar su aspecto oriental, enfatizar de este modo su rareza y causar mayor impresión en los visitantes, durante el siglo XIX se añadieron remates a las diferentes edificaciones. En la actualidad estas transformaciones no son apreciables ya que en los años 20 se llevó a cabo una intensa labor restauradora, dirigida por el prestigioso arquitecto Leopoldo Torres Balbás, que pretendió devolver al edificio su aspecto en los años de la conquista.
La moda de visitar lugares exóticos hizo furor en la alta sociedad de la Europa del XIX. España, sin haber explotado las posibilidades de la fórmula sol, playa y “balconing”, fue uno de los destinos preferidos. Además de buen clima, tan benéfico para los tuberculosos, los visitantes encontraron en nuestro país un “oriente” cercano, un arsenal de arte y una sociedad extraña, con costumbres y usos muy distintos a los suyos.
Han sido muchos los pintores, investigadores, científicos, nobles y literatos que encontraron motivo para dar un paseo por Ganada y que se llevaron un valorado recuerdo de su monumento más insigne. De todos ellos destacamos la visita de Henri Matisse, que hace cien años visitó distintas ciudades españolas y, entre ellas, Granada. Con motivo del centenario de su viaje el Palacio de Carlos V acoge una completa exposición abierta al público de manera gratuita hasta el 28 de febrero de 2010.
Matisse se marchó “emocionado” de la Alhambra, según sus propias palabras, aunque también añadió un expresivo “¡Vivan el vino, las mujeres y el tabaco!”, al parecer las vivencias del pintor provocaron los celos de su esposa, ya que el genio aprovechó para vivir la fiesta en un tablao típico del Sacromonte. Desde su pensión escribió a su mujer Amélie: “La Alhambra es una maravilla. Sentí allí una inmensa emoción”.
Henri Matisse dedicó tres días del mes de noviembre de 1910 a impregnarse de formas y colores por las que ya sentía gran interés, a través de su estudio del arte del Magreb. Durante su visita cargó su retina con la luz que atraviesa las celosías, se llevó la cadencia de de la vida en las estancias frescas de los palacios, las flores y grecas de las telas, el corres del agua tranquila... Hizo provisión de recursos que su mano genial diseminó por sus obras posteriores llenándolas de una expresividad exótica y atrevida. Según los investigadores Matisse aborda su obra, a partir de su visita a nuestro país de un modo diferente, deja atrás la concepción que centra la atención en uno de los elementos representados en el cuadro, para hacer de él un tapiz en el que se van sumando elementos diversos, con colores y formas que hablan con una lengua nueva.
La exposición conmemorativa, patrocinada por el Patronato de la Alhambra y el Generalife, la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales y la Fundación “la Caixa”, ha llevado a Granada 35 obras del pintor reunidas desde distintos museos como el Metropolitan de Nueva York, el Centro Pompidou de París, el Pushkin de Moscú o el Museo Matisse de Niza. A estas se suman una colección de cerámicas, litografías, telas y mantones, fotografías, documentos y cartas que recrean los años en los que el pintor viajó a España y los motivos que le inspiraron.