Alicia Giner. EPDA
Es
lunes por la mañana, empezamos bien la semana. Acabo de salir de la consulta
del neurocirujano que me ha confirmado que los resultados de la intervención
quirúrgica a la que me sometí hace unos meses son positivos.
Decido
pasarme por casa de mis padres para darles las buenas noticias que por supuesto
acogen con gran alegría.
A
mi padre, como buen cazador le encanta caminar y se ofrece a acompañarme en el
camino de vuelta a casa dando un paseo. Acepto encantada. Salimos a la calle y
al llegar a la esquina de Blasco Ibáñez con Cardenal Benlloch nos encontramos
al tío Salva. Lo beso cariñosamente puesto que aunque realmente no existe
ningún parentesco biológico, es amigo de mi padre desde que nació. De hecho sus
padres ya fueron amigos de mis abuelos y me he criado considerándolo miembro de
mi familia.
Los
tres juntos cruzamos la avenida y nos encaminamos hacia Manuel Candela. Cuando
llegamos a la altura donde mis bisabuelos tenían la alquería la boca de mi
padre emite con una sonrisa su ya tradicional “aquí nació tu padre” que es
acogida por el tío y por mí con idéntica expresión en nuestros rostros. Estamos
pisando la tierra donde mi padre y mi tío Quique (hermano de mi progenitor),
vieron la luz por primera vez.
El
tío Salva se une a las explicaciones de mi padre indicándome con las manos
donde tenían mis abuelos el huerto. Interesada, le pregunto a mi padre:
-
¿Qué cultivaba el iaio?
La
respuesta es clara y contundente:
-
Lo que da la tierra hija mía, tomates, patatas, alcachofas, verduras ...
incluso tabaco. Además teníamos parada de verduras en el mercado de Colón.
-
Incluso un horno moruno donde elaborábamos el pan, conservas etc ... teníamos
trigo, éramos autosuficientes. Teníamos árboles frutales, caquis, perales,
melocotoneros, ciruelos, parra con uva. Hacíamos matanza de cerdo. Teníamos
morcillas, chorizos, lomo...
Respuesta
que acojo con sorpresa, no recordaba haberlo oído jamás.
Decidimos
sentarnos a tomar algo en una cafetería próxima, en la que mi tío me cuenta que
recuerda como mi padre manejaba el caballo y lo hacía tirar del carro con
pericia desde que era muy joven.
-
¿Teníamos caballo, papá?
- Y
conejos, gallinas, pavos, cerdos, vacas lecheras, perros, ... Cariño, era una
alquería de la huerta.
Yo
era muy niña cuando dejó de ser nuestra, no recuerdo nada, la curiosidad me
hace preguntarles como era.
Mi
padre siempre me había contado que el techo del comedor tenía el
fondoblanco y estaba ornamentado con racimos de flores de colores que
hacían la estancia acogedora y preciosa además de agradable.
El
tío Salva me explica que en la entrada de la habitación de mi padre había un
arco con un fresco en el que relucía un paisaje de la albufera, con agua y
patos. En resumen la alquería estaba levemente reformada, lo cual no era
habitual en la zona.
Nos
levantamos y vuelvo a mirar el terreno indicándoles al tío y al papá:
-
Vamos, quiero volver a pisar la tierra donde nació mi padre.
- Y
tu abuelo, y tu bisabuelo.
-
¿De veras papá?
Este
último dato hasta aquel día lo ignoraba. Siempre supe que mi abuelo era tan
rubio que le decían “El Blanco”. El primer blanco fue tu abuelo. Escucho
atenta a mi padre que me cuenta que anteriormente nuestra alquería era Casa
Tofolí. Los apodos eran otra característica de la huerta valenciana.
Con
el pensamiento, traigo a nuestro lado a mi abuelo Vicente. Su recuerdo hace que
de emoción los ojos se me inunden de lágrimas. Estoy en la tierra que lo
originó todo. Con dos personas a las que quiero mucho y que la conocieron y la
disfrutaron. Además, con mi yayo (como yo lo llamaba) que la trabajó arduo y
afanoso como era. Educando así a mi padre. Era íntegro. Mi origen. Mis
raíces.
El
lugar que vio nacer la historia de mi familia paterna.
Con
muchas características, pero, ante todo, valenciano.
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