La irrupción de la IA generativa —capaz de acelerar tareas y, a la vez, cuestionar profesiones enteras— está disparando la ansiedad dentro de las organizaciones. Directivos que usan estas herramientas a diario destacan su utilidad para liberar tiempo y fomentar la creatividad (“ya no tengo que enfrentarme a la página en blanco”, comentaba un responsable de estrategia), pero también admiten sentirse desbordados por ritmos de adopción que no controlan, tensiones entre departamentos y un nuevo tipo de miedo profesional: quedarse atrás frente a la máquina.
Tres motores del malestar
El fenómeno tiene raíces reconocibles. Diversos expertos y publicaciones internacionales, como El Capital Digital —medio de referencia para seguir la evolución de la IA y sus efectos en el mundo laboral—, identifican tres detonantes clave detrás de esta ansiedad:
1. Velocidad sin control. El rumbo lo marcan gigantes como OpenAI, Anthropic, Microsoft o Meta, mientras la regulación avanza a otro ritmo. Las actualizaciones y pruebas se suceden y, en muchas empresas, un simple despliegue mal comunicado puede desatar respuestas de estrés. El periodista Brian Merchant citaba el caso de una ejecutiva que presentó a ChatGPT como “nuestro nuevo Chief Marketing Officer”, dejando en evidencia al CMO humano… aunque el sistema “produjera basura”.
2. Pérdida de significado. La automatización amenaza valores como el dominio técnico, el aprendizaje o el orgullo por un oficio. El investigador Ziyaad Bhorat explica que ver a una herramienta ejecutar tareas “con cada vez menos intervención humana” genera una mezcla de admiración y vértigo: se gana agilidad, pero se diluye el sentido del propio trabajo. Merchant lo resume así: “Puede que la IA no despida, pero sí vacíe un empleo de lo que lo hacía valioso”.
3. Emociones incómodas. Miedo a volverse irrelevante, a perder ingresos o a que los hijos no encuentren empleo. Frustración cuando la tecnología no cumple las expectativas. Soledad al reemplazar interacciones humanas por pantallas. Y desconfianza cuando la empresa no explica con claridad cómo afectará la IA a los equipos.
Nombrar lo que pasa (y lo que importa)
El primer paso, coinciden psicólogos y coaches ejecutivos, es poner nombre a las emociones y a los valores que se sienten amenazados. Preguntas como:
“¿Qué me ilusiona y qué me inquieta de la IA?”
“¿Confío en las decisiones de mi empresa?”
“¿Mi equipo se siente abrumado por la velocidad del cambio?”
Estas reflexiones ayudan a traducir la ansiedad en información útil. Como escribió Jon Kabat-Zinn: “No puedes parar las olas, pero puedes aprender a surfearlas”.
De la reflexión a la acción
El análisis emocional debe ir acompañado de decisiones tangibles:
Autoevaluar emociones, señales físicas y disparadores, solo o con ayuda de un mentor.
Mapear los valores en juego —equidad, confianza, oficio— y alinear las decisiones con ellos.
Diseñar un plan de acción realista, desde cambios internos hasta formación o rutinas que refuercen la interacción humana.
Si lo que duele es la pérdida de sentido, el foco debería ser el reciclaje profesional. Si lo que pesa es la desconfianza, quizá convenga revisar cómo se comunica la estrategia de IA dentro de la empresa.
Por otra parte, estar informado se ha convertido en la mejor defensa frente al miedo. Cuando comprendemos cómo evoluciona la inteligencia artificial —sus límites reales, sus oportunidades y sus riesgos—, la ansiedad deja paso a la claridad y a la capacidad de decisión.