Rafa Escrig. EPDA Cada noche nos trae una aventura. A veces la aventura está en el propio sueño, otras veces, en la falta de sueño. Este fue mi caso de anoche. Me acosté y no había forma de dormirme. Tras dos horas de estar dando vueltas en la cama, mi mujer tuvo un ataque de tos y se levantó. Se hicieron las tres de la madrugada y yo continuaba dando vueltas. Me picaba la pierna, ora el cuello, ora la nariz, ora la coronilla, ora el muslo, ora el codo.
Es curioso que nunca nos pique en dos sitios a la vez. Siempre hay un espacio de segundos entre picor y picor. Seguro que en esto de los picores influyen los nervios, que son eso a que los médicos recurren cuando no hay diagnóstico claro. Eso son los nervios, te dirán cuando ya te han visto tres veces y sigues igual. Y no debe de ser malo el dictamen, si nos conformamos con él. Los nervios, al igual que algunas alergias, son como tener un cuñado; un mal menor, que uno decide asumir, porque no hay otro remedio.
Pero volvamos al relato de los hechos: No soy consciente de que mi mujer volviera a la cama, debí quedarme dormido. En eso, escuché como si se hubiera caído al suelo una bandeja metálica o se hubiera roto un plato. Seguidamente se oyeron otros ruidos: una puerta de armario, algo que se barría, la tapa del cubo de la basura. Son las cinco de la madrugada cuando sucede todo esto. Veo la luz de la cocina encendida y aprovecho para ir al servicio, imaginando lo peor tras todo el escándalo. Me cruzo con mi mujer al salir del dormitorio.
Tengo un sueño horrible y con los ojos medio cerrados le hago unas señas con la mano. No quiero hablar para no despejarme. Ella asiente con la cabeza. Al salir, no soy capaz de comprobar la hora en el despertador, me escuecen los ojos y me dejo caer en la cama pesadamente. Hago esfuerzos para dormirme e intento hacerme una idea de lo que ha sucedido. No es la primera vez que algo se ha roto en la cocina, ni creo que sea la última.
La última pieza que nos quedaba del regalo de bodas de mi cuñada: un precioso azucarero de porcelana inglesa, con sus florecitas de colores y su filo dorado, se abrió la cabeza contra el suelo y el azúcar sembró todo el suelo de la cocina. Es curiosa la vida de los regalos de boda. La mayoría se cambian los días posteriores al evento y el resto va perdiendo la vida por el camino.
El despertador estaba puesto a las ocho. Durante el desayuno nos contamos los detalles de la aventura nocturna. Aun faltaba aspirar bien todos los rincones, pero eso ya es otra historia.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia