Susana Gisbert. /EPDACada
semana dedico este espacio a algún tema de actualidad que puede
interesar. Doy mi visión pequeña de cosas grandes. Pero hoy haré
lo contrario. Regalarlos una lectura grande de una cosa pequeña,
como la boda a la que asistí la pasada semana.
En
realidad, el titular no es del todo cierto. Lo correcto sería decir
que era la boda de una de mis mejores amigas. Pero así me alejaba de
la evocación de la conocida película de Julia Roberts que me veía
como anillo al dedo -nunca mejor dicho-, así que decidí tomarme la
licencia poética. Porque yo lo valgo.
Soy
de esas privilegiadas que conservan amistades desde que la memoria
alcanza, y más allá. Se casaba una de ellas, una de las cuatro
inseparables, y lo hacía más de un cuarto de siglo después de que
lo hiciéramos las demás. En todo este tiempo, hemos compartido
risas y lágrimas, bodas, bautizos, comuniones y funerales, éxitos y
fracasos. No recuerdo ningún momento importante de mi vida en que no
estuvieran ellas. Por eso esta boda era tan especial.
Confesaré
algo. Creo que, desde el momento que conocimos de primera mano la
decisión de los novios de casarse, nos volvimos locas de emoción y
asumimos la cosa como nuestra. La boda dejó de pertenecer en
exclusiva a la pareja y pasó a ser también un poco nuestra.
Han
sido días de locura. Dos grupos de WhatsApp quemando, uno con la
novia y otro sin ella, para organizar detalles como despedida de
soltera, pruebas de vestido y complementos -mascarilla a juego
incluida-, ramo, muñecos de la tarta, arroz y pétalos para la
salida, regalos y, por supuesto, algo bonito que ponernos, que nada
era bastante para la ocasión. Y otro grupo con más amigas y
familia, para compartir una despedida de soltera que nada tenía que
ver con las despedidas al uso. Faltaría más.
Es
un privilegio tener amigas así. Es la prueba de que para ser
hermanas no es preciso compartir genes. Solo es necesario compartir
momentos como estos. Un momento en que recordaba a la madre de la
novia que, cuando sabía que se iba de este mundo, le dijo que
marchaba tranquila porque sabía que tenía a sus hermanas, aunque no
había parido más niñas. Se refería a nosotras.
Incluso
hubo instantes en que temimos que la película de Julia Roberts a
emular fuera otra, Novia
a la fuga. Pero al
final La boda de mi
mejor amiga resultó
un éxito absoluto. Y no podía dejar de compartirlo.
Porque,
a veces, las cosas más pequeñas son las más grandes cosas.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia