Javier Más. /EPDALa historia tiene esa justicia poética que castiga el presente con los ejemplos del pasado. Tantas veces se repite como se olvida, quizás porque la maldad es congénita a buena parte de la especie humana.
Las llamas se elevaron al cielo con estruendo de letras un mayo de 1933. Hogueras que se multiplicaron por toda Alemania en una exhibición obscena de mediocridad intelectual. Goebbels había organizado la quema de libros más famosa de la historia, ordenando a las juventudes que llevasen a cabo la acción represiva y censora contra la cultura y la población germana.
En el mismo mes de 2024, el calor sofocante de los iphone de última generación ascendía rabioso en la noche de Castellón. La delegada del Consell, Susana Fabregat, con 67.000 euros de sueldo, usó su celular para advertir a una asociación cultural que un conciudadano, Vicente Cornelles, no podía formar parte del acto que estaba previsto en la casa de los caracoles porque su pensamiento político era diferente al del Partido Popular. Fabregat, de quien nadie duda su prestigio intelectual y su trayectoria cultural, no era la primera que lanzaba las llamas de la censura sobre esa asociación por la presencia del periodista.
Unas horas antes, el concejal fake, con un sueldo que supera también los 60.000 euros, llamaba a compañeros del PP para poner en alerta sobre el acto. Este viejo político, añejo más bien, de quien nadie duda sus grandes triunfos electorales, estaba horrorizado por el hecho de que el periodista aparecía en una foto junto a miembros de la asociación en una red social.
El caso es que las llamas de la censura debieron prender bien, porque al poco, una tal Carmen Amorós, de quien nadie duda su abnegada dedicación al trabajo intenso, llamaba a miembros de la asociación insinuando que el periodista castellonense no podía aparecer en el acto. El delito que se le atribuye es, fíjense Ustedes, pensar diferente al PP, ser de un movimiento social y local como Som Castelló. Tal cual. Como lo han leído.
Al final, el acto en cuestión no se va a celebrar en la Casa de los Caracoles. Un espacio público que pagamos todos los castellonenses, como los altísimos sueldos de concejales del Gobierno municipal o de la delegada del Consell. Fabregat cree que la Casa de los Caracoles, donde tiene su despacho y observa las redes sociales, le pertenece. Pero no, ese edificio no es de ella, ni del PP, es de todos los castellonenses.
Y es curioso, porque no es la primera vez que el gobierno local ejerce este tipo de presiones sobre el mundo de la cultura. También lo hacía hace unos meses el concejal fake a cuenta de otra periodista ligada al mundo del arte. O las menguantes ayudas a la producción local en favor de Camela, gran apuesta cultural de María España, de quien nadie duda su simpatía por los autores de Castellón. Por el contrario, lo que sí parece crecer es la presencia de una empresa que ya había trabajado en eventos de la Diputación cuando el concejal fake dirigía la cultura provincial.
En mayor de 1934, un año después de las hogueras censoras nazis, un grupo de intelectuales dirigidos por Heinrich Mann inauguraba en Paris la Biblioteca Alemana de la libertad, como una demostración concreta de que la censura nunca podría acabar con la libertad de expresión, aunque Goebbels, de pequeña estatura, siguió usando a los jóvenes universitarios para atacar la libre opinión de las personas (¿encuentran el sorprendente paralelismo?). Ahora le toca al mundo de la cultura en Castellón demostrar que la censura totalitaria de este gobierno local no va a poder con su creatividad. Como bien dice un amigo, “a los nazis se les gana con la política honrada, no con la guerra”.
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