El modelo educativo por
el que debemos luchar, debe ser, un modelo que promueva los valores de
igualdad, participación democrática, solidaridad y el rechazo a todo tipo de
discriminación. Unos valores, que pienso, están siendo cuestionados con las
políticas regresivas que se están llevando a cabo o pretenden implantarse a
través de la LOMCE.
La Educación no puede
resolver todas las diferencias estructurales que una sociedad como la nuestra
tiene. Sin embargo, son innegables sus posibilidades transformadoras: todo
cambio comprometido con el progreso social ha venido acompañado de la extensión
de la educación a toda la ciudadanía.
En este sentido, el
sistema educativo si puede y debe dotarse de mecanismos que palien las
diferencias sociales y promuevan mayores niveles de igualdad y de equidad, en
una situación de crisis económica como la actual. La educación no es garantía
de movilidad ascendente, pero sin educación no hay mejora social.
En los últimos años,
estas posibilidades transformadoras se están neutralizando, fruto de la
congelación del gasto educativo, de la pelea de las clases acomodadas por
mantener e incrementar sus privilegios, así como de unas políticas educativas
que, en lugar de fomentar y cuidar la enseñanza pública, han pretendido
fortalecer en exclusiva la red de centros privados- concertados o no
concertados, así como de universidades privadas.
Con estas políticas se
atenta gravemente contra la imprescindible equidad, lo que tendrá una
repercusión especial en el alumnado más desfavorecido o con necesidades
educativas específicas, el que nutre las cifras del fracaso escolar y el
abandono escolar prematuro, el alumno perteneciente a las familias con menores
recursos económicos y culturales, que mayoritariamente está escolarizado en el
sistema público.
El sistema educativo,
debe cumplir una doble función: la participación en la vida social y cultural
de los ciudadanos y ciudadanas para su integración en la sociedad y su
preparación para el mundo laboral.
Por ello, la educación que una sociedad democrática debe proveer tiene
que combinar ambas funciones, de manera que sirva realmente para colaborar en
la transformación social y en la superación de las desigualdades de todo tipo.
Y en la actual situación de deterioro de las condiciones de vida y de trabajo
de la población trabajadora, esta segunda función debe adquirir una absoluta
preeminencia.
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