Carlos Gil. El interior de España lleva despoblándose desde hace muchas décadas, pero, hasta esta semana, nadie parecía haberse dado cuenta. Desde que, hace unos días, una reivindicación contra la despoblación tomara las calles de Madrid, parece que todo el mundo se ha tomado este problema como algo a resolver de manera inmediata. Como si fuera posible hacerlo en tiempo record.
La despoblación del ámbito rural no es un problema de Soria, de Teruel o de Zamora. Es un problema de todos. Un país que quiere ser grande, no puede permitir que el 70% de su territorio se vaya quedando vacío y, como consecuencia, con bajas tasas de productividad económica y de empleo.
Pero el problema, lejos de reducirse, crece como una mancha de aceite y no son pocas las comarcas de la Comunidad Valenciana que ya están notando sus efectos. El Rincon de Ademúz, El Valle de Ayora-Cofrentes, Los Serranos, Alto Mijares... han perdido el 6% de sus habitantes entre 2000 y 2018, mientras el conjunto de la provincia de Valencia aumentaba su población en un 15%.
No siendo un problema de fácil solución, el compromiso debe ser a largo plazo, y probablemente precise de un gran pacto de Estado. Pero alguien tendrá que empezar a poner las bases sobre las que asentar la repoblación de España y, a ser posible, fuera de periodo electoral.
Por todo esto, ver alministro de Agricultura y a la ministra de Economía haciéndose la foto en la manifestación del pasado domingo me provocó un brote de urticaria. La de él porque, tras la desastrosa campaña citrícola que hemos tenido que soportar en Valencia, no se ha dignado, hasta esta semana, a reunir a la Mesa Nacional de Cítricos. La de ella, porque no debemos olvidar que fue quien, desde su puesto de trabajo en la Comisión Europea, propuso un recorte del 30% en los fondos de la Política Agraria Común. Y, sin una política agraria activa, la España vaciada va a ser cada vez más extensa y, lo peor, la economía española será, progresivamente, menos fuerte a medida que se debilite su sector primario.
España no puede estar vaciada. Es un país lleno de oportunidades con un importante desequilibrio demográfico que debe corregirse mejorando las infraestructuras de transporte y desconcentrando el modelo económico para que el empleo permita generar riqueza en todo el territorio. Pero, también, dando voz a los pequeños municipios, que siguen siendo los grandes olvidados en los ámbitos de decisión legislativa y ejecutiva, y estableciendo una regulación adaptada a la realidad de cada tramo de la administración local.
Acordarse este mes del problema de la despoblación genera la duda razonable de si lo que interesa, realmente, es el mundo rural o el voto rural. Quien siga acordándose de este problema en el mes de junio será quien, de verdad, demuestre una concienciación y pueda sentar las bases para la reversión del problema. Veremos en qué queda todo cuando acabemos de votar.
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