La fiscal valenciana contra los delitos de Odio, Susana Gisbert. EFE/Kai FörsterlingHace unos días leía un titular que me dejaba muerta. Menos mal que tengo la buena costumbre de leer los artículos enteros, porque me evité un disgusto y un cabreo importante.
El titular decía que Francia dejaba de vender libros en grandes superficies durante el confinamiento. Y claro, la cólera se apoderó de mí por este supuesto atropello a la cultura. Pero luego resultó ser todo lo contrario. Se prohibía la venta en este tipo de comercios, que estaban abiertos, mientras no pudieran estarlo las librerías. Un gesto de enorme importancia, a mi juicio.
Según parece en España ha aumentado la venta de libros, aunque no tanto como debiera. Con el confinamiento y las restricciones, deberíamos leer como si no hubiera n mañana, porque es una de las pocas cosas que se pueden hacer y porque, en el encierro, teníamos ese tiempo de cuya falta siempre nos quejamos.
Habría que ver qué leemos, porque eso es harina de otro costal. Las circunstancias del mercado editorial acaban favoreciendo a best seller sobre otras cosas que ven dificultada su visibilidad. Sin presentaciones, sin firmas ni ferias del libro, es difícil que se conozcan más obras que las que las grandes editoriales quieren. Y podemos perdernos mucho.
Peor aún lo tienen las artes escénicas. Si siempre lo tuvieron complicado, ahora lo suyo es heroicidad. Porque, por más medidas que tomen, siempre son los primeros en echar la persiana y los últimos en levantarla. Y, salvo triunfitos varios e ídolos de masas, cuesta la vida encontrar bolos y conseguir que vaya público. Pese a que nadie se haya contagiado en un teatro, se mete en el mismo saco que el ocio o las reuniones sociales. Incluso con argumentos tan tontos como afirmar que lo peligroso no es el teatro o el cine, sino lo que se haga luego. Como si prohibieran el colegio porque los niños van luego al parque, en lugar de cerrar el parque.
Una vez más, es la juventud quien lo paga. A la sempiterna condición de "patito feo" de la cultura se suman las dificultades que nos ha traído el coronavirus, y el resultado es demoledor. Toneladas de talento y creatividad desaprovechados, y muchas oportunidades perdidas.
No sé si es tarde, pero, como dice el refrán, nunca es tarde si la dicha es buena. Y en la cultura la dicha es mucha. Como dijo Julio Cortázar, la cultura es el ejercicio profundo de la identidad. Aunque, si me tengo que quedar con una cita, escojo una de André Malraux que nos viene que ni pintada: "la cultura es lo que, en la muerte, continúa siendo la vida".
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