Todos sabemos lo que es un bar en hora punta, por ejemplo, a la hora del almuerzo. Al menos así es mi bar: Van entrando los clientes más madrugadores,
los de las siete y media, los de las ocho de la mañana, la hora del desayuno, luego vienen los de las nueve, los de las nueve y media, las madres que han dejado a sus niños en el colegio, los vecinos, los amigos, los obreros que están trabajando en el local de la esquina y que vienen a almorzar a las diez, los jubilados, la vendedora de iguales, el conductor del autobús, el barrendero, los que tienen su lugar asignado en un extremo de la barra, la quiosquera y las dependientas de la
farmacia que siempre se toman un cafetito antes de abrir. Poco a poco han ido reuniéndose todos los grupos y poco a poco han ido subiendo los decibelios.
A las diez y media el escándalo es insoportable. Todos hablan a la vez y todos levantan la voz para hacerse entender.
Tú mismo tienes que levantar la voz hasta que te duele la garganta, para que te oiga el de delante. En esos momentos te preguntas si existirá alguna manera de solucionar tal guirigay. No, no es posible. Somos un pueblo que habla a voces, que gritamos para hablar.
¿Será así en todas partes?, me pregunto. Por ejemplo, en esos paísesque creemos más civilizados que nosotros,
pienso en Gran Bretaña, pienso en Alemania, pienso en Dinamarca.
Quizá en esos países son más silenciosos, aunque me resulta difícil imaginar un bar lleno de alemanes con más silencio que aquí, a no ser que todos estén borrachos e inconscientes. Aun así, creo que ya tengo la solución.
La solución está en contratar por horas a un director coral. Éste no tendría más que ponerse en un extremo y organizar a todos los grupos según nuestras
voces: los bajos a la derecha, los sopranos a la izquierda, los contraltos y los tenores al centro, que es lo mismo que decir: las empleadas de la farmacia
y las de la mesa del fondo, a la izquierda, los jubilados, los de la barra, y el barrendero, a la derecha, el resto en el centro. María, la vendedora de iguales y el conductor del autobús tendrían bula por su provisionalidad.
Al principio, quizá hubiera un poco de desconcierto por lo que tienen los cambios de lugar a los que estamos tan acostumbrados pero, una vez instruidos, iría como la seda. Está claro. Sólo nos hace falta un director de coros mixtos.
Una vez descubierto esto, voy a comunicárselo a los dueños del bar. Si me hacen caso, triunfo asegurado. ¿Se imaginan? Serán almuerzos en do mayor o en re menor, qué importa. Lo más importante es que nos entenderemos mucho mejor y el ruido que ahora tenemos pasará a ser música celestial.
Eso sí, la caja no sé si irá mejor, pero ¡todo es probar!
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