Emma SopeñaTras ser separados de la manada
viene el terror del transporte en un camión, sin espacio, apretados con sus
propios deshechos, agobiados y deshidratados por el calor. Fin del trayecto de
los toros que van a ser sometidos a la tortura del fuego. A golpes y
puntillazos son obligados a descender para ser confinados en un recinto donde
se les preparará para la “fiesta”. Fuera, la multitud se acumula y grita
esperando el espectáculo de las bolas de fuego, que requiere su preparación:
herrajes forjados con un hierro muy resistente, cuerdas, tenazas de sujeción,
cuchillos y antorchas. Previamente se han fabricado las bolas con algodón o
esparto, que se enrollan en los herrajes. Mientras, el toro ha sido inmovilizado
con una tenaza de sujeción a un pilón para poder colocarle los herrajes, y es
cuando se procede con la antorcha a encender las bolas, que han sido empapadas
con productos inflamables y retardantes. A veces, incluso con la incorporación
de elementos vistosos como fuentes pirotécnicas que lanzan chispas.
El animal muge desesperado por la
inmovilización y el acoso, y en ese momento es cuando es soltado y empieza el
desenfreno de su intento de la imposible huida del fuego, acosado y maltratado
por los participantes de la fiesta. Corre horrorizado con el fin de poder
liberarse, no sabe que es imposible, pero poco a poco empieza a reducir su
huida por agotamiento y deshidratación.
El bou embolat es uno de los espectáculos de tortura animal más
polémico. Solo está permitido en la Comunidad Valenciana y en algunas zonas del
sur de Cataluña.
Acoso y derribo, estruendo, terror y
dolor aniquilador para un animal que sirve de diversión a unos espectadores
ávidos de violencia que, desde pequeños, han sido adiestrados en la crueldad,
incapaces de empatizar con el sufrimiento. No es un espectáculo para nadie con
un mínimo de sensibilidad, pero mucho menos para la infancia. Es deplorable que
los niños se insensibilicen ante la tortura de animales indefensos llegándose a
creer que son meros objetos utilizables para la más cruel diversión. Los
defensores de tales actos consideran que tienen derecho a transmitir a sus
hijos lo que ellos llaman “tradición” legal. Porque esta “tradición” del bou embolat o del correbous cuenta con el beneplácito de municipios que no dudan en
contentar a sus votantes al precio que sea, caiga quien caiga.
Se ha intentado normalizar el
sufrimiento terrible de los animales sometidos a este tipo de tortura con la
justificación de la “tradición” y negando o minimizando (cuando la negación es
imposible) el dolor físico y psíquico de los animales sometidos. La ciencia
explica claramente, por si todavía caben dudas, que comparten el mismo sistema
nervioso, sustancias neuroquímicas y percepciones y emociones que los humanos.
Las consecuencias de tales
sufrimientos son irreparables: quemaduras, lesiones físicas y psíquicas
producidas a unos bóvidos rumiantes que desean vivir en manada alejados del
estruendo y de la gente, animales muy excitables y susceptibles de desarrollar
sensaciones de pánico.
¿Cuánto tiempo habrá que esperar
para que, poco a poco, las nuevas generaciones rechacen este tipo de actos
dañinos?
Comparte la noticia
Categorías de la noticia