Susana Gisbert.
Todos sabemos lo
importante que es el tiempo. Es bien conocido que más vale llegar a tiempo que
rondar cien años, que al que madruga Dios le ayuda y no por mucho madrugar
amanece más temprano, aunque al final el tiempo todo lo cura y no hay mal que
cien años dure. Y eso es incontestable, que el refranero es muy sabio.
Pero no me refería a
ese tiempo, sino a ese otro que seguimos todos los días por televisión –y
ahora por dispositivo móvil- por más que no haya más que asomarse al balcón
para conocerlo. Y en cuanto a tratar de saberlo con anterioridad, por modernos
que queramos ser, hay que andar olvidándose, que la predicción va cambiando
sobre la marcha. Tanto que, si en vez de un meteorólogo la hiciera un
teleadivino, le reclamaríamos el dinero por no haber acertado. O le pondríamos
dos velas negras, vaya.
Pero en estos días
el tiempo ha dado que hablar más que nunca. Además de ser la conversación
recurrente en los ascensores, estas fiestas el tiempo ha dado para bromas,
memes de todo tipo, fotomontajes y multitud de jocosos vídeos en youtube. Ha
dado, incluso, material para la crónica política, y ha hecho estudiar hasta a
los propios sociólogos, encargados de determinar los efectos del caloret
sobre la intención de voto. Ahí es nada.
Porque estas fiestas
falleras empezaron con el ya famoso caloret, y acabaron en un estado de
congelación que amenazaba con convertir las falleras en pingüinos, y los
casales y carpas en iglús. La verdad es que nadie en su vida ha estado tan
inspirado –por decirlo de algún modo- a la hora de sacar un tema para un
discurso -también por llamarlo de algún modo- de la Cridà que en esta ocasión.
Y es que al bofetón a la lengua valenciana hay que sumar el desacierto como
pitonisa. Porque este caloret del hivern ha estado a punto de llevar a estado
de hipotermia a varias personas. A mí una de ellas, por cierto, que me costó un
tiempo considerable recuperar la movilidad de mis deditos tras un parón en la
Ofrenda.
Esperemos al menos que
sea cierto eso de que “año de nieves, año de bienes”, y que cando de verdad
llegue el calor, las cosas mejoren. Aunque nunca llueva a gusto de todos.
Pero de todos modos, no nos
fiemos. Y atendamos a aquello de “hasta el cuarenta de mayo no te quietes el
sayo”. Por si las moscas. O por si el caloret, claro.
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