Verónica Alarcón. EPDA.Una de las cosas que peor llevé siempre como estudiante fueron los exámenes: rozando lo enfermizo, en una ocasión llegué a contar cuántas evaluaciones me quedaban para terminar el colegio. Luego vino el bachiller, la universidad, los másteres y los idiomas y perdí la cuenta. Mis compañeros, quienes me veían como “la empollona” o mi querido profesor de lengua que con cariño me llamaba “Rollónica Alarcón”, jamás lo hubieran imaginado. Pero aún podría empeorar: podrías estar atravesando el pico de una pandemia mundial y ser obligado a examinarte en una sala con más personas y con riesgo de contagio.
Confiando en las autoridades, quién diría que después de la experiencia de la última evaluación del curso pasado, esta primera nos iba a coger desprevenidos. Incrédulos, los estudiantes universitarios han solicitado encarecidamente a los rectores la evaluación online, pero estos han querido que sea presencial. Una cosa es el cambio del paradigma educativo y, otra, el cambio de mentalidad de toda una generación, claro está.
Los docentes, mientras tanto y como siempre, ejerciendo la resiliencia. Sabemos que a través de los entornos virtuales no sólo podemos transmitir y adquirir conocimientos y competencias sino también, evaluar el proceso de aprendizaje. No obstante, conociendo la falta de confianza en los exámenes online, los más precavidos han dado prioridad a la evaluación continua: a los proyectos, las presentaciones, a las tareas en las que, como recoge el pedagogo Bloom, se requiera crear, analizar o aplicar los nuevos conceptos.
El mismo día en que escribo e implantada la presencialidad en este primer periodo evaluativo ya iniciado, la consellera de Universidades de la Generalitat se ha reunido con urgencia con los máximos responsables de las universidades públicas valencianas (las privadas, ya si eso…) pidiéndoles que trasladen los exámenes que sea posible a online. Más vale tarde que nunca o… no. Con la evaluación no se juega, las reglas del juego no pueden cambiar al final. No se pueden repensar los instrumentos de evaluación con tan corto plazo. Con esta maldición vírica, metodológica y de criterios, conseguir el aprobado es lo de menos. Os aseguro que a Rollónica le hubiera dado un infarto.
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