Mario Sánchez, alcalde de Requena El pasado dia 22 de julio conmemoramos el día europeo en memoria de las victimas de los crímenes de odio. El día escogido lo fue en recuerdo de las 77 personas asesinadas -jóvenes en su mayor parte- ese mismo día del año 2011 en la isla de Utoya, en Oslo, una masacre ejecutada por el odio que sentía el autor hacia aquellos jóvenes por el hecho de tener determinada ideología.
En su día fue un acontecimiento impactante como pocos, pero la memoria es flaca y, a día de hoy, pese a que el hecho es relativamente reciente, mucha gente no recuerda lo sucedido. Algo muy preocupante porque el hecho de detener y juzgar al autor no ha acabado alguno con todo lo que había detrás de sus actos. La intolerancia y el odio que motivaron a Anders Breivik no han desaparecido sino que, por desgrcia, siguen extendiéndose y echando raíces como la mala hierba en una Europa que parece haber olvidado su historia reciente.
El verdadero problema es que muchas veces sentimos que esto no nos afecta. Nos compadecemos de las 77 víctimas de Oslo como lo hacemos de los millones del nazismo, y con eso blanqueamos nuestras conciencias. Yo no soy racista, yo no soy xenófoba, yo no soy homófoba, ni islamófoba ni antisemita ni nada de todo esto. Y eso no va conmigo.
Craso error. La cosa va con nosotros mucho más de lo que pensamos, y todas las personas tenemos, a veces si darnos cuenta, unos sesgos de intolerancia que deberíamos hacernos mirar.
En cuanto a lo primero, no hay más que abrir los ojos a la realidad política de nuestro alrededor, a esa que parecía que había escapado España cuando en realidad solo había diferido su eclosión. No hay más que ver los resultados electorales, los programas, las peticiones de determinados grupos, su lenguaje o su comportamiento en redes sociales para alertarnos.
Lo segundo, más sutil, nos pasa cada día sin que nos demos cuenta o sin que le demos importancia. Todo el mundo ha escuchado chistes y chascarrilllos que ridiculizan a gangosos, homosexuales, gitanos, judíos, árabes y cualquier persona diferente de lo que se considera el standard de “normalidad”. Y nos reímos o, al menos, callamos por no molestar a quien hace semejante alarde de mal gusto. Y es mucho más que eso. Mientras toleremos estas pequeñas actitudes como normales, será difícil evitar hechos como esos por los que hoy nos damos golpes de pecho.
Reaccionemos antes de que sea tarde.
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