Manifestación de Valènci. VC
El
problema de los problemas que llevan muchos años sin ser resueltos
es que al final da la impresión de que se trata de asuntos menores.
Cosas de unos pocos, que de tanto patalear consiguen que nadie les
haga caso por puro aburrimiento, por lloricas. La crisis del teatro,
o la del cine, podrían ser dos ejemplos. Hay un tercero, pero que en
ese caso rompe ese destino común: el campo. Ahí el terreno está
abonado -nunca mejor dicho- para la cosecha de simpatías y
solidaridades. Dicen que porque, al menos en el caso valenciano,
todos tenemos un abuelo o un tío que prestó años de dedicación a
la agricultura o a la ganadería. Y el que no, tiene una maceta. De
ahí que nadie haya dicho ni mu -también nunca mejor dicho- a los
inconvenientes que las protestas de los hombres y mujeres del campo
hayan podido generar en las ciudades. Que de momento han sido pocos,
aunque eso puede cambiar.
Manifestación
histórica
El
14 de febrero tenía lugar en pleno centro de València una gran
manifestación encabezada por tractores que recorrió las principales
arterias de la ciudad. La marcha formaba parte de una serie de
acciones coordinadas celebradas en distintas ciudades españolas de
manera sucesiva y no simultánea para multiplicar así el efecto en
los medios de comunicación. Las pancartas y los carteles
individuales que portaban los manifestantes recogían una amplísima
panoplia de reivindicaciones y lemas. Pero si hubiera que resumirlas
en una frase, pedían que no se les paguen precios de miseria por
productos que al consumidor le cobran a precios elevados.
Se
enciende una luz roja
Las
administraciones han reaccionado rápido montando las reuniones que
antes ni siquiera convocaban. Con algún clamoroso error, como el que
vetar inicialmente a las asociaciones empresariales agrarias para la
cita con el vicepresidente Pablo Iglesias y el ministro de
Agricultura Luis Planas. La gente del campo no salió muy contenta.
Ni de esa reunión estatal, ni de la organizada en València por la
consellera Mireia Mollà, a quien se sigue viendo más volcada en el
medio ambiente que en la agricultura y la ganadería. Y “no hay
mejor ecologista que el labrador”, defiende siempre Cristóbal
Aguado, el histórico líder de la Asociación Valenciana de
Agricultores (AVA).
Aguado
ve que hay mucho tópico con las etiquetas verdes, porque de hecho la
trazabilidad es mejor en los productos tradicionales -sostiene- que
en los llamados ‘ecológicos’. Y luego está lo del ‘kilómetro
cero’, es decir, consumir productos de proximidad, cosechados aquí
mismo. Muy bonito, sí. Pero el porcentaje de lo que podemos consumir
de lo que dan nuestros campos frente a lo que se exporta es
insignificante. Con eso los agricultores valencianos no comen. Porque
“la huerta de València no es un cuadro”, es algo vivo, que
además, con la extensión del riego por goteo, se ha expandido diez
kilómetros más allá de sus límites iniciales.
Sector
estratégico
A
la expresión ‘sector estratégico’ le pasa como a la frase
‘desarrollo sostenible’, que revelan conceptos importantes pero
que poca gente sabe explicar. La agricultura y la ganadería forman
un claro ‘sector estratégico’, porque dan de comer a la gente.
Así de claro. ¿Hay algo más estratégico para un país que
garantizar los alimentos a sus habitantes? El hambre ha sido
históricamente un factor de inestabilidad política de orden
superior. En la actual coyuntura, quienes viven del campo valenciano
repiten cada vez con mayor insistencia en que lo suyo es
‘estratégico’. “La gente ya no sabe lo importante que es
comer. Se tendría que enseñar en clase”, dejan caer. Los más
mayores, los que vivieron la Guerra Civil y la postguerra pasaron las
suficientes penalidades como para no olvidar esa enseñanza.
Ahora
hay comida al alcance de cualquiera sin necesidad de hacer grandes
caminatas o de desarrollar ardides para mejorar la cantidad de las
raciones. Pero cualquier problema de índole político o comercial,
cualquier incidente con un país tercero a quien hayamos
‘externalizado’ o en quien hayamos ‘delegado’ el cultivo y la
cosecha de nuestra propia comida, puede acabar siendo un problema muy
serio, y es en opinión de AVA “suicida”. La pelota de la
regulación de las importaciones de productos de países terceros,
que hunden nuestros mercados y sumen al campo local en el abandono,
tejiendo a la vez peligrosas dependencias de economías ajenas, está
en el tejado de la Unión Europea. Los agricultores valencianos ponen
algunos ejemplos. Los más vistosos, Sudáfrica, Egipto, y Vietnam.
La
competencia
Sudáfrica
es un país con fuertes vínculos con Holanda y Gran Bretaña desde
los tiempos de las colonias. El apoyo de esas dos economías
continentales resulta decisivo para la progresiva introducción en la
Unión Europea del producto sudafricano, como las mandarinas (de
septiembre a diciembre) que compiten directamente con nuestra
agricultura mediterránea pero sin tantas trabas. En los últimos
años, Sudáfrica han plantado lo suficiente para, a no tardar mucho,
inundar la UE con 600.000 toneladas de mandarinas tardías en el
inicio de la campaña citrícola europea. Además, Sudáfrica
encabeza la lista de cargamentos citrícolas contaminados con plagas
y enfermedades interceptados en los puertos de la UE. Por eso Aguado,
que no sabe hablar belga porque ese idioma no existe, reclama en
todos los foros nacionales e internacionales “que Europa me dé
armas para luchar, no la mano atada a la espalda”. Conviene por
cierto recordar que los cítricos valencianos no sólo emplean a la
gente que trabaja en el campo: también necesita de un millón de
camiones de 20-30 toneladas y de 600 millones de envases (malla,
madera, cartón), con sus respectivos empleos en otros sectores.
Competir
en el mercado libre con Egipto, que produce naranjas de diciembre a
junio, o incluso con el arroz de Vietnam “es imposible” por
extensión, y por costes de producción. AVA-ASAJA ha llegado a
denunciar en un comunicado “la incoherencia y la hipocresía” de
la Comisión Europea al proclamar una Política Agrícola Común
(PAC) más verde y el Green New Deal mientras “incentiva el
incremento de las importaciones de cítricos procedentes de países
terceros que sustituyen y desplazan del mercado comunitario la
producción europea” sin que en esos casos importe “la huella de
carbono que entrañan las importaciones venidas desde miles de
kilómetros, el uso de productos fitosanitarios que prohíbe a los
productores europeos pero consiente a los envíos foráneos, o el
despoblamiento de la Europa rural”.
En
el caso de Vietnam, Aguado prevé que el acuerdo alcanzado con la
Unión Europea acabe por cargarse “el arroz y la Albufera. Han
votado a favor en el Parlamento Europeo sin pensarlo”, denunciaba
en un reciente encuentro del Club de Líders de València que preside
Lluís Bertoméu. Precisamente en la reciente IV Jornada Parc Natural
de la Albufera, organizada por El Periódico de Aquí en Sueca, el
catedrático de Botánica de la Universitat Politècnica de València,
Herminio Boira, defendió la “simbiosis” del lago y las
plantaciones de arroz.
El
cuarto país en liza
Hay
otro país que hace mucho daño a la economía agrícola
mediterránea: Rusia. Tras el conflicto con Ucrania y el
posicionamiento a favor del pequeño de la UE, Rusia aplicó
sanciones agrícolas que apenas afectan a los países que le compran
gas, que son los del norte del continente. El cierre de este mercado
para nuestros productos mediterráneos no ha sido compensado con la
apertura de ningún otro, se quejan las asociaciones agrarias,
indignadas con la UE cuando ésta culpa de la crisis citrícola a
“carencias estructurales del propio sector productor de España”.
Marzo promete ser un mes caliente en el corazón de Europa.
Los
parches
Volvamos
al principio, a las protestas y a las reuniones posteriores. A los
agricultores las medidas anunciadas por el ministro Planas -cuando
por fin les recibió- son parches. Están condensadas en un Real
Decreto que prohíbe la venta a pérdidas y modifica la ley de la
cadena alimentaria. En opinión de los afectados, sin ajustar los
márgenes de las grandes distribuidoras y comercializadoras, hay poco
que hacer. Pero ojo, que con apretar a Mercadona y Consum tampoco se
resuelve nada, porque los Carrefour, Aldi y demás compran a escala
europea, y a esos sólo les podría ajustar los márgenes la UE. Hoy
en día, diez compradores acaparan el 75% de las transacciones.
Así
las cosas, parece inevitable que se produzcan nuevas movilizaciones.
De hecho hay una, esta vez de carácter nacional, convocada para el
26 de marzo, tras la que veremos qué sucede. Porque “una cosa es
prometer, y otra, consolidar”. Y de la consellera valenciana, por
ejemplo, los agricultores y ganaderos de aquí dicen que han
cosechado “muchas buenas palabras” pero de forment ni un gra. Los
ayuntamientos son las únicas instituciones que las asociaciones
agrarias aseguran haber sentido arropándoles incondicional e
inequívocamente desde el principio.
¿Chalecos
amarillos?
¿Llegaremos
a ver en nuestras calles un fenómeno parecido al de los ‘chalecos
amarillos’ franceses? Nadie del sector lo descarta. De hecho a los
líderes de las asociaciones agrarias se les empieza a presionar
desde abajo precisamente para que las acciones reivindicativas se
endurezcan, “porque no pueden más”. La desesperación va
haciendo mella a medida que pasa el tiempo. Y encima hay un
vicepresidente en el Gobierno, Pablo Iglesias, que, tras excluir a
las empresas agrícolas de su primera cita para abordar los problemas
del sector (celebrada sólo con los sindicatos agrarios), acabó
animando a ASAJA, COAG, La Unió, UPA y las demás a que “aprieten”.
Que casualmente es lo que pedía Quim Torra a los CDR en Cataluña.
Pues vamos a ver hasta dónde llegan los apretones de unos, y los
apretones de otros.
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