Rafa Escrig. EPDA Una pandemia como esta que estamos sufriendo nos pone a la vista la realidad del ser humano que no es otra que sus flaquezas: el límite de nuestra resistencia, el heroísmo junto con el egoísmo, la irresponsabilidad, el cinismo, la crueldad y el instinto de supervivencia. Y entre todas estas debilidades, nos surge ese dilema que aparece en todas las situaciones límite. El dilema de tener que optar entre quién muere o quién no muere. El dilema de tener que decidir cuántas vidas cuesta el sostenimiento de nuestra economía. Tener que elegir entre que mueran infectadas cien personas o que un millón de personas se queden sin trabajo. ¿Cuánto vale la vida humana? La vida humana vale mucho para uno mismo y sus seres queridos. Mucho menos para el entorno que le rodea. Muy poco para quienes deciden por él sobre la marcha de un país y nada en absoluto para el resto del mundo. Todo se reduce a resolver ese dilema y creo que ya se resolvió hace tiempo.
Desde que escuché esa noticia de la mujer que se cansó de llamar a urgencias para que ingresaran a su marido de setenta años (anciano, según la clasificación oficial), con síntomas claros de coronavirus. La ambulancia nunca llegó, priorizó la atención a otra persona más joven. Se podría decir que esto tiene su disculpa porque la persona joven tiene más vida por delante. Más vida para producir, para consumir, para pagar impuestos, y el pobre “anciano” ya lo ha dado todo, qué importa si muere. Esto somos capaces de admitirlo así porque vivimos en una sociedad que se está deshumanizando en relación directa con el aumento de la población. Decimos un poco en broma y un poco en serio, qué importa que se mueran cien, mil, diez mil chinos, si son tantos… Además, están tan lejos que no nos afectan sus muertes, tampoco las de los miles que mueren en África por la falta de agua o alimentos.
El dilema se resuelve cuando ya tenemos decidido que una persona joven vale más que un jubilado, más una persona rica que una pobre, más un blanco que un negro, más un conocido que un desconocido, más el que tiene influencias que el que no las tiene. El valor de una persona está en esas cosas, queramos o no. Frente a esta pandemia, el dilema ya está resuelto, morirán los más mayores (los ancianos) y, lo mismo que ocurre en una guerra de verdad, las vanguardias (médicos y sanitarios), los que van delante recibiendo de cara todo el fuego. Y en la retaguardia están los que deciden, claro. Los que deciden quiénes y cuántos han de morir. Todo es una cuestión de números. ¿No se acurdan de Trump que dijo que si morían cien mil estadounidenses sería un éxito?
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