Ana Gómez La agenda social y política está volcada estos días en los
derechos de las mujeres. El 8 de marzo es una oportunidad para subrayar los
logros alcanzados y recordar también los necesarios cambios transformadores que
aún necesitamos como sociedad para alcanzar la igualdad real entre hombres y
mujeres.
La desigualdad se manifiesta en el ámbito del trabajo, la
brecha salarial y de pensiones, la precarización de las condiciones laborales,
las dificultades de promoción y techo de cristal, mayor tasa de desempleo. Son
barreras a las que nos enfrentamos las mujeres por el mero hecho de serlo.
Cuando se combinan algunas de estas variables, junto con la
responsabilidad en exclusiva de las labores domésticas, y de cuidados y factores
de vulnerabilidad social, el resultado es un mayor nivel de pobreza y exclusión
social entre el sector femenino de la población. Por no entrar de lleno en la
manifestación más extrema y cruel de la desigualdad, que es la violencia de
género.
Cada día lo vemos en todas las organizaciones sociales.
Nuestras oficinas reciben con frecuencia a mujeres con grandes dificultades y
cargas. En Cruz Roja, el 68% de las personas atendidas son mujeres. Sin irse
muy lejos, compruebo que en Valencia, los despachos de programas de personas
mayores, almacén de alimentos, infancia y mujer en dificultad, extrema
vulnerabilidad, empleo, la estampa más habitual es la de una mujer, sola o
acompañada de sus hijos e hijas.
La feminización de la pobreza es consecuencia de esta brecha
enorme, en una sociedad que todavía tiene mucho que llover hasta dotar de
significado real la palabra Igualdad. Por eso, hablemos estos días y el resto
del año de sumar y no restar, de derribar muros y trabas. Es también el camino para cambiar el rostro de la
pobreza, para que deje de estar asociada de una vez por todas a la de una
mujer.
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