La
primavera la sangre altera. Eso dice un conocido refrán, cuya veracidad estaba
cuestionando seriamente este año hasta hace nada. Porque estaba segura de que
algún duende travieso, un dios despistado o el espíritu que rige a los
meteorólogos había dado la vuelta al mapa y nos había situado, de repente, en
el lugar de alguna de esas regiones donde llueve día sí, día también.
Pero, por suerte, el sol de la mañana que entra por
mi ventana hizo realidad la letra de la canción y se dignó aparecer de una vez,
que ya era hora. Y la lluvia dejó de darnos la lata, que también era hora.
Aunque aún no haya que guardar los paraguas que tampoco podemos perder de vista
que también el refranero dice que, en abril, lluvias mil.
Ya hablaba en otro artículo de mi orquídea, que se
resistía a florecer porque no veía señales de primavera. Pero, al final,
explotó en más de veinte preciosas flores. Y es que, al final, el tiempo pone
las cosas en su lugar.
Por eso aun mantengo la esperanza de que todo lo que
está pasando en el mundo sea fruto de una fiebre primaveral y acabe con la
estación. Prefiero imaginar que las locuras del tipo más poderoso del mundo
sean meras locuras, y que las leyes impensables que se ha precipitado en
promulgar sean como mi orquídea, flor de un día. O que, al menos, esa fiebre -
¿o mejor llamarla diarrea? - legislativa se deban a una alteración biológica o
a una alergia a vaya usted a saber qué cosa.
Aunque lo más probable es que yo peque de optimista
y la cosa sea mucho menos transitoria de lo que nos gustaría. Porque, haciendo
memoria, también parecía que la invasión de Ucrania sería cosa de pocos días, e
incluso había quien pensaba que tampoco la guerra de Gaza duraría mucho. Pero
llevamos muchos días y muchos muertos en una y otra y la situación no tiene
visos de mejorar. Ojalá esta vez me equivoque.
Y, mientras tanto, disfrutemos un año más de la
primavera, aunque este año le haya costado una poco más llegar. La verdad es
que yo también me lo pensaría muy mucho antes de aparecer, viendo las cosas que
se ven, pero al final se ha decidido. Y si mi orquídea se ha decidido a dar
flores pese a todo, pensemos que también el mundo tiene arreglo y un día u otro
puede decidirse a cambiar. Para bien, claro. Que de disgustos ya andamos bien
servidos.
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