Rafael Escrig
La última semana de febrero, faltando veinte días para la
primavera, comenzaron a verdear algunas plantas por la ciudad. Las flores de
los ciruelos empezaban a asomar sus cabezuelas malva, despuntaban apenas como
pequeñas manchas por entre sus ramas frágiles y tortuosas.
El fresno situado junto al río, decidió, tímidamente, pintar
su leñoso esqueleto con los tiernos brotes de sus futuras hojas y en el campo,
sobre la arquitectura rectilínea de sus caballones, se dibujaban salpicando de
verde la tierra, en perfecta alineación, los patatales. Hoy ya se levantan
quince centímetros esas mismas plantas. Hoy he vuelto a ver el fresno y sus
brotes ya tienen la traza de sus hojas compuestas.
La próxima semana quizás ya se distinga su aserrado. El joven
arce y el almez de los jardines, sobre sus tristes ramas y troncos grisáceos,
sugieren una ligera apariencia de cambio.
Parece que nos dicen: -No estoy muerto y este aspecto que
daba en el invierno, que daba hasta ayer mismo, lo voy a cambiar por un nuevo
vestido pespunteado con hojas y con brotes, que serán flores y frutos en unos
pocos días. ¿Qué opinarán el ficus, el pino y la palmera, tan adustos, desde su
respetable altura, de este ir y venir de primaveras y de otoños, de desnudarse
y de vestirse de nuevas hojas y de futuras flores? ¿O piensan ustedes¡ que no
opinan? ¿Se han percatado acaso de ese robusto pino que tiene en su base algún
arbusto de pequeñas flores blancas y de la joven yedra que comienza a trepar
por su arrugado tronco? ¿Y han visto en el invierno, cuando el arbusto duerme,
como es observado por el pino que diligente lo protege y que la vieja palmera
inclina un poco más su tronco para velar por él? ¡Qué cerca está la primavera
que me hace ver estos detalles! La culpa la han tenido el verdear de algunas
ramas secas y el ver el patatal crecertan rápido. Yo vivía en invierno y la
última semana de febrero se trocó en primavera ¿Se habrán ya dado cuenta el pino
y la palmera?
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