hay alguna CADENA que limita el número de unidades que cada cliente puede comprar de un mismo producto. EFE/ Biel Aliño
Las aglomeraciones en supermercados para hacer acopio de víveres ante
la crisis del coronavirus responden a un comportamiento “impulsivo” de
la población con el que se trata de “compensar” algunas “carencias,
miedos o inseguridades”, mediante la adquisición de lo que “creemos que
podemos necesitar en un futuro”.
Así lo ha asegurado a la Agencia
Efe el profesor titular del Departamento de Psicología Social de la
Universitat de València Tomás Bonavía, quien considera que productos
básicos como el papel higiénico son los primeros que se acaban porque
se consumen de forma habitual, tienen una fecha de caducidad “amplia” y
“más adelante los acabaremos consumiendo y no despilfarrando”.
“El
problema se convierte ‘solo’ en un fenómeno de consumo adelantado:
compramos ahora para consumirlo posteriormente”, indica Bonavía, quien
se pregunta: “¿Qué sentido tiene acumular productos frescos que vamos a
acabar tirando a la basura, e impidiendo que otras personas los puedan
consumir?”.
A su juicio, lo que está ocurriendo es que las
compras “se están adelantando un periodo de 15 o 20 días”, pero al ser
muchos los consumidores que lo hacen se producen “influencias
indeseadas” en el sector de la distribución.
Bonavía, que imparte
la asignatura de Psicología Económica y del Consumidor, afirma que el
hecho de que la gente salga a comprar “desmesuradamente, amontonándose
en las tiendas y aumentando el riesgo de contraer o propagar la
enfermedad” es una “reacción normal por parte de personas normales que
tratan de proteger a los suyos”.
“El miedo, el desabastecimiento,
fundado o infundado, pero miedo al fin y al cabo, y la incertidumbre
acerca del futuro más inmediato conducen a este tipo de comportamientos.
Siempre ha sido así a lo largo de la historia”, asegura.
Considera
que la “inmensa mayoría” de la población manifiesta un “comportamiento
normal desde el punto de vista individual, aunque tenga efectos
indeseados a nivel colectivo o social”, y se muestra convencido de que
es “insignificante” el número de personas que van a tratar de lucrarse
con esta situación, acaparando productos para venderlos más caros
posteriormente, y que esta situación no la permitirán las autoridades
“de ningún modo”.
“El fenómeno de estas compras impulsivas crece
por efecto de la bola de nieve” y si los ciudadanos van a hacer la
compra semanal y se encuentran el supermercado casi vacío “entra el
miedo a que si volvemos mañana o en unos días la situación será peor, y
acabamos comprando más de la cuenta para protegernos lo que podemos de
esta situación indeseable”.
Según el experto, se activan “los
procesos de imitación y contagio tan presentes en todas las sociedades,
como en la moda o las costumbres. Otra vez, un fenómeno completamente
normal”.
A esto se une, según Bonavía, el “principio psicológico
de escasez o carestía”, porque si en condiciones normales “nos sentimos
atraídos por aquellos productos exclusivos o con una disponibilidad
limitada”, este efecto “se agrava enormemente en situaciones de alarma
como en la que nos encontramos”.
Para evitar que el fenómeno vaya
a más, considera que uno de los mejores remedios “sería que cuanto
antes, los comercios estuvieran completamente abastecidos” y así la
gente se daría cuenta de que no tiene sentido hacer acopio de ningún
producto.
Bonavía, que dirige la Unidad de Investigación sobre
Trabajo en Equipo para la Mejora de la Producción y la Organización
(TEMPO) , señala que este fenómeno de comprar más de la cuenta en este
tipo de situaciones “no se puede tildar de un comportamiento compulsivo,
sino impulsivo”.
“Se trata de una conducta de compra que
podríamos considerar como impulsiva, de carácter compensatorio. Tratamos
de compensar algunas carencias, miedos, inseguridades, comprando ahora
lo que creemos, con razón o sin ella, que podemos necesitar en un
futuro”, afirma a Efe para añadir que “bajo el efecto de un impulso
fuerte e irresistible, estamos impelidos a actuar sin mucha o ninguna
reflexión”.
Según Bonavía, “sentimos el impulso de que
necesitamos llenar la nevera por lo que pueda pasar, entramos en un
estado de cierto desequilibrio o tensión emocional, en el que los
aspectos emocionales se imponen a los cognitivos, ponderando la
satisfacción inmediata de nuestras necesidades frente a las
consecuencias más a largo plazo de nuestro actos”.
A su juicio,
no se trata de un comportamiento “irracional” porque, “en esencia, no lo
es. Las personas consideran que tienen un objetivo que cumplir y eligen
el mejor camino que conocen para conseguirlo. Es un comportamiento
impulsivo realizado por personas psicológicamente normales en su
mayoría, pero no irracional desde el punto de vista individual”.
Concha Tejerina
Comparte la noticia
Categorías de la noticia